Despedimos con todas sus penas y alegrías el 2019, pensando tal vez que el próximo año será mucho mejor. Es parte del inconsciente colectivo que renace cada 1 de enero, entre todos los habitantes del mundo.

A principios de este año que finalizamos, arrancamos con mucha esperanza en el futuro. Esperanza que, a pesar de toda adversidad, se mantiene viva. La esperanza es lo último que se pierde, dice el refrán. La esperanza no es fingir que no existen los problemas, es la mejor forma de encontrar las soluciones que nos brinda la vida cotidiana.

El mensaje no es que no te merezcas algo que no llegó, sino que quizás mereces algo mejor que está por llegar. Cada vez que te sientas decepcionado por no recibir lo que anhelas en la vida, no lo tomes como un golpe de mala suerte, simplemente piensa que es una oportunidad para que llegue algo mucho mejor de lo que esperabas.

El factor determinante para tener una vida feliz es nuestra actitud ante las cosas. Hay que sacar las fuerzas de donde sea para continuar avanzando porque realmente va a merecer la pena. Sin embargo, más que desanimarnos para el año nuevo, debemos ser como una vela, signo de la luz que disipa las tinieblas que nos oscurecen la vida.

La vela es un símbolo de Dios, el dador de vida y la luz del mundo, es un símbolo de ofrenda espiritual. Jesús dijo: “Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas”. -Juan 12,46. Vosotros sois la luz del mundo… No se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. -Mateo 5,14-16.

En el 2020 tendremos obligación de brillar, tomaremos muchas decisiones que incidirán en nuestras vidas y la de los demás; pidamos a Dios nos siga iluminando el camino en la vida.

Oremos juntos al final del año: “Gracias Señor por todo cuanto me diste en el año que termina. Gracias por los días de sol y los nublados tristes, por las tardes tranquilas y las noches oscuras. Gracias por lo que nos prestaste y luego nos pediste. Gracias Señor por la sonrisa amable y por la mano amiga, por el amor y todo lo hermoso, por la vida desde la concepción y de las personas buenas. Gracias por la soledad y por el trabajo, por las inquietudes y las dificultades, por las lágrimas, por todo lo que nos acercó a ti. Gracias por habernos conservado la vida, por habernos dado techo, abrigo y sustento.

¿Qué nos traerá el año que comienza? Lo que quieras Señor, pero te pedimos: FE para mirarte en todo. ESPERANZA para no desfallecer. CARIDAD para amarte cada vez más y hacerte amar por los que nos rodean. Danos paciencia, humildad, desprendimiento y generosidad. Danos Señor, lo que Tú sabes que nos conviene y no sabemos pedir. Que nos hallemos siempre dispuestos a hacer tu voluntad. Derrama Señor tu gracia sobre todos los que amamos y concede tu paz al mundo entero. Señor, bendice cada corazón para que sean templos vivos del Espíritu Santo; que sepan dar calor y refugio; que sean generosos en perdonar, alegres en compartir, prontos en comprender, y compasivos. Bendice,

Señor, nuestros pies para que busquen la Paz y corran tras ella. Que construyan caminos para anunciarte, y eviten los senderos tortuosos que desembocan en la ostentación y la injusticia. Que reconozcan tus pisadas en el caminar de los humildes y respeten las huellas de todo caminante. Bendícenos, Dios, para que puedas disponer de nosotros con todo lo que somos, con todo lo que tenemos, con todo lo que de Ti hemos recibido. Bendícenos, Señor, para todo el año que iniciamos”. Así sea.

Lo importante, amigo lector, es cumplir con el deber mundano, pero sin apego, ni deseo a sus frutos. Mantengamos el entendimiento siempre en lo Divino, en el Ser, y hagámoslo en forma tan automática como respiramos, o como late nuestro corazón. Ésta es la manera de alcanzar la finalidad suprema, que es fundirnos en Dios. ¡FELIZ Y PRÓSPERO AÑO NUEVO!