Esta es una de las época del año en que nuestros compatriotas residentes en el exterior regresan para visitarnos y celebrar la Navidad y el Año Nuevo junto a sus familias, buscan disfrutar el país que dejaron para buscar nuevos horizontes o porque necesitaban salvar sus vidas en momentos difíciles del conflicto armado o por la violencia delincuencial.

Etiquetados ya hacer tiempo como “hermanos lejanos”, la verdad es que nuestros connacionales han seguido estando cerca de sus familias y de los acontecimientos nacionales, pese a la lucha y el esfuerzo que les ha tocado vivir tras el desarraigo familiar.

A todos les ha golpeado la cruda realidad que vivían aquí y forjaron sus vidas iniciando de cero en una nación extraña, con un idioma diferente, con reglas, culturas y costumbres que no eran las suyas. Muchos han triunfado y muchos sobreviven con dificultades pero con un nivel de certidumbre que no tenían aquí. Otros se han ido quedando porque construyeron familias nuevas y tuvieron hijos que ahora ven a El Salvador como el país de sus abuelos.

Todos esos salvadoreños que regresan a su tierra para pasar las fiestas, tienen el enorme mérito que jamás abandonaron sus raíces y tampoco abandonaron la responsabilidad sobre sus familias. Muchas veces hasta se quitaron el pan de la boca para enviar unos centavos a sus parientes más desafortunados que ellos. Muchos han invertido dinero en el país, en propiedades donde sueñan retirarse o en microempresas para ayudar a sus parientes y amigos.

Nuestros hermanos lejanos deben tener siempre un lugar especial en el país y el agradecimiento por estar pendientes de su gente, porque sus remesas son un pilar fundamental de la economía. Esta es su patria, será siempre su tierra y su regreso es motivo de alegría para toda la sociedad.