En la medida que el primer mundo desarrolla alta tecnología con más velocidad y capacidad de datos, también avanza de manera desigual la cobertura de internet en países con menos recursos; así como la nanotecnología nos sorprende con nuevos artilugios sofisticados, versátiles, amigables, de mayor memoria, batería y rapidez de los sistemas operativos. Por supuesto, en el mundo real, el acceso a lo nuevo depende del poder adquisitivo de los usuarios, o del grado de sacrificio en sus prioridades.

No obstante, del suficiente acceso y dominio de la tecnología, depende una mejor inserción en el desarrollo global. Es lamentable que muchos hogares renuncien a necesidades básicas por el mero consumo de una voraz y veloz espiral tecnológica, cuya inversión solo se justifica para la superación y el progreso.

El desarrollo tecnológico trajo aparejado el crecimiento de las redes sociales, avanzando aceleradamente a nuevas formas de relación y entretenimiento humano; adentrándonos a una nueva dimensión de la vida social, laboral, de negocios, cultura, farándula, deporte; y, por supuesto, también a nuevas formas de comunicación política. Las redes sociales ofrecen una relación horizontal de aparente igualdad, haciendo posible democratizar la comunicación por la interacción de transmitir nuestros puntos de vista.

La comunicación mediante la herramienta de las redes sociales es parte de nuestra vida cotidiana, al grado que está incluida en el costo de la canasta básica familiar y, como cualquier otro consumo, el exceso o uso indebido puede generar vicios, atrofias y adicciones. De ahí los riesgos de estafas, fraudes en línea, depredadores, narcisistas patológicos, ciberbullying y noticias falsas.

Además del teléfono, SMS, páginas web, se reconocen más de 30 plataformas de interacción, entre las que destacan: Facebook que alcanza 1600 millones de usuarios, WhatsApp con 1200 millones, YouTube 1000 millones, WeChat 889 millones, Tecent QQ 868 millones e Instagram 600 millones.

En América Latina avanzamos con retraso; de acuerdo al Latinobarómetro 2017 los países con mayor cobertura de redes sociales son Argentina y Ecuador. En ambos Facebook tiene una cobertura del 69 %, WhatsApp 75 y 61 % respectivamente, YouTube 45 y 43 %, Instagram 22 y 20 %, y Twitter 12 y 13 %.

En Centroamérica el retraso, según ese informe, es aún mayor: Costa Rica aventaja y le sigue El Salvador: Facebook cubre el 65 % y 57 % respectivamente, WhatsApp 74 % y 57 %, YouTube 44 % y 27 %, Instagram 23 % y15 %, al final Twitter con 10 % y 8 %. Los datos revelan que los usuarios de Facebook tienen muy poco interés por la comunicación política.

Desde el 2000 al 2017, en América Latina las redes sociales aún no se imponen, pero registran un rápido ascenso como fuentes de información. La radio cayó del 48 % al 33 %, los periódicos estrepitosamente del 50 % al 20 %, la televisión se redujo del 80 % al 73 %, mientras el internet y las redes sociales que no figuraban en el año base, han crecido hasta el 28 %.

Las redes sociales en Estados Unidos y el primer mundo se han convertido en herramientas decisivas de campañas electorales; caso relevante fue la campaña del expresidente Obama que recolectó un récord de $500 millones en donaciones, alcanzando la victoria. En contraste, rigurosos estudios de la organización “Animal Político” de México refieren que en América Latina países como Chile, Argentina, México y Brasil ya son laboratorios del uso de redes en campañas electorales, pero no está comprobado científicamente su impacto sobre la decisión de los electores, debido a la significativa brecha digital que nos separa del mundo desarrollado; en cambio, sí es comprobado que los candidatos con mayores seguidores en redes, no siempre resultaron ganadores.

El marketing político de agresivas campañas electorales desde las redes ha estado vinculado a una creciente polémica por prácticas artificiosas como violar la privacidad, usuarios fantasmas, bot, exageración del impacto, uso ilegal de bases de datos, tácticas de manipulación y desinformación, ataques personales, descalificaciones, acusaciones y acoso. Toda esta suerte de guerras digitales genera ciberambientes tóxicos de efecto imprevisible y terminan exprimiendo y engañando con imaginarias y costosas estrategias a los mismos candidatos, en un espejismo mágico en el que se repite lo que el candidato quiere oír, generando una falsa imagen de victoria.

Por supuesto que en estos laboratorios también hay experiencias constructivas en los que las redes, con una buena segmentación etaria y sectorial, identifican claramente intereses, gustos, problemas y emociones de los electores, creando mecanismos de interacción y participación ciudadana en los que se establecen líneas de discurso y argumentación que, combinada con un buen trabajo territorial de contacto directo, eventualmente pueden contribuir al resultado.

En todo caso, ante la falta de legislación, las autoridades electorales de México y Argentina han tomado en serio la necesidad de regulaciones que sin limitar la libertad de expresión, registran las cuentas oficiales de partidos, candidatos y líderes políticos; establecen monitoreo y control de las campañas en redes y ejercen mayor auditoría informática e investigación forense para intervenir las cuentas y noticias falsas a partir de convenios institucionales con las grandes empresas que administran las redes sociales. Mucho habrá que desarrollar en este ámbito para lograr un adecuado equilibrio.