Cuando asistimos a un evento deportivo, los espectadores fijamos atención e interés no sólo en uno o dos de los jugadores del equipo de nuestra simpatía, sino en cómo se desempeñan los once miembros del mismo, porque el triunfo no será obra de uno solo de ellos, sino de la forma coordinada y oportuna con que interactúan dentro del campo, de tal manera que debido a esa coordinación armónica e inteligente superan los obstáculos y maniobras del equipo contendiente, hasta lograr el mayor puntaje en goles. Y eso sucede en cada evento humano, incluyendo las tareas hogareñas, sencillas pero necesarias, hasta los grandes proyectos de un gobierno del país que, por su complejidad e impacto en una sociedad nacional, necesitan del concurso de todas las fuerzas activas, para que esos planes estatales sean del beneplácito general y logren su concreción a futuro.

Infortunadamente, los políticos latinoamericanos, incluyendo a los nuestros, no han podido, a doscientos años de que se iniciaron los movimientos de independencia en el continente, unificar criterios nacionales dentro de sus respectivos países, pese al surgimiento de próceres como Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O´Higgins, Manuel José Arce, José Matías Delgado, etc. que se esforzaron por unificar no solo la sociedad local de sus países de origen sino, de forma amplia, a muchas naciones de su entorno geográfico e idiomático. Bolívar soñaba con una América hispana amplia, fuerte y segura, a tal punto que logró realizar una convención continental en la ciudad de Panamá (entonces bajo la bandera colombiana), pero los recelos politiqueros y nacionalismos dañinos, dieron al traste con aquel grandioso anhelo.

De igual manera, en 1821, los próceres salvadoreños como Delgado, Arce, Rodríguez, etc. también idearon una Centroamérica unida y progresista y, de hecho, plasmaron ese ideal maravilloso, en el Acta de Independencia firmada en la ciudad de Guatemala, el 15 de septiembre de 1821. Pero, de nuevo, la hidra de la desconfianza, los localismos y las ambiciones de partidos políticos, también abortaron la creación de una República Federal, misma que ha sobrevivido sólo como un anhelo hasta ahora irrealizable y que solemos celebrarlo únicamente para el 15 de septiembre y después ni lo mencionamos.

De conformidad a la Constitución, todos los salvadoreños somos iguales ante la ley y tenemos iguales derechos para gozar de la protección estatal en cuestiones como la salud, la educación, el trabajo y la seguridad, incluyendo la seguridad económica. En este aspecto, es muy laudable que muchas empresas salvadoreñas y extranjeras están impulsando la preparación técnico-científica de nuestras niñas y mujeres que, dicho sea de paso, es el sector demográfico más abundante.

Empresas y entidades como USAID, DELSUR, Nestlé, AES etc. desde hace un buen tiempo capacitan al sector femenino en áreas técnicas como la generación eléctrica, cuidados medioambientales, vida marina, elaboración alimentaria, construcción de viviendas, etc. promoviendo, asimismo, el trabajo en equipo. El destino de la nación reside en la participación de todos los individuos que conformamos la nación. Como en un partido deportivo: la derrota o el triunfo no solo dependerá de los delanteros, los defensas o el portero, sino del juego coordinado del equipo completo.

La senda más segura para superar nuestro anacrónico subdesarrollo, reside en la formación armónica, disciplinada e integral de hombres y mujeres desde su edad preescolar, aunque es oportuno advertir, que la tarea no es nada fácil y que será posible sólo a través de una actitud positiva de todos los sectores activos del país, incluyendo al político, encaminada a lograr esos espacios de superación integral no sólo para el género masculino, sino también para nuestras bellas y esforzadas mujercitas.