Lejanos quedaron aquellos días escolares, cuando a los varones nos enseñaban normas de buen comportamiento hacia las mujeres. Casi en todos los niveles de enseñanza tuvimos profesores que nos repetían frases, como las del sabio chino Confucio que decía “No hieras a una mujer, ni con el pétalo de una rosa”, sin faltar recomendaciones como la de ofrecerles el asiento a las mujeres en los buses, sobre todo si ellas iban con niños, o estaban embarazadas, ayudar a las ancianas a cruzar las calles, colaborar con nuestras compañeras de clases a realizar sus tareas y llevarles sus útiles, etc. Luego vinieron las corrientes de igualdad entre géneros y hasta surgieron ideologías perversas, como aquella que nos hablaba de que el hombre y la mujer eran “sexos complementarios”, pero sin explicarnos esa complementariedad sexual y así, poco a poco, aquella veneración, respeto y amor hacia la mujer, fue perdiendo fuerza en el sentir y pensar de los hombres alrededor del mundo.

Con el avance de las ciencias neurológicas y de la psicología, se logró apuntalar en el conocimiento y saber de las nuevas generaciones, que la mujer en cuanto a sus capacidades intelectuales nada tenían que envidiar a las de los hombres. Se desecharon teorías falsas como aquella de que el cerebro femenino era más pequeño que el de los hombres y, lo peor, que sólo habían nacido para realizar tareas domésticas y tener hijos para la continuidad de la familia.

Tan arraigadas estaban esas falsedades que hasta cuando nacía un varón, la gente “felicitaba a la madre” expresando su regocijo con la trillada frase de que “se ganó la gallina”. Tanto en el agro, como en las ciudades, la mujer era menospreciada, por lo que su ascenso en la estima social y jurídica, fue un batallar intenso en estas latitudes, pese a que, en naciones europeas, la mujer había demostrado elevadas capacidades en la literatura, la creatividad musical y el arte pictórico, aunque también se dieron ejemplos históricos en las entidades políticas y el periodismo revolucionario previos al fin de la monarquía francesa del siglo dieciocho.

En tal sentido, el Viejo Mundo se nos adelantó en cuanto a considerar la mujer como elemento vital de la sociedad, descollando figuras femeninas en ciencias diversas de las ciencias, la pedagogía, las artes y la misma política.

Nuestra independencia del reino español sucedió en 1821. Y cuando decidimos separarnos de la federación centroamericana, constituimos el Estado de El Salvador hacia 1824, pero desde esa primera constitución nacional hasta aprobarse la de 1950, la mujer salvadoreña fue excluida de participar en política, incluso hasta de votar en las elecciones. A lo más que podía aspirar era estudiar en la Escuela Normal de Maestras, pues las puertas de las facultades universitarias se abrían únicamente si las tocaban los varones. En tal sentido, bastante escabroso, comenzaron a darse los avances educativos y profesionales hacia el género femenino salvadoreño…¿pero qué sucede en la actualidad en el campo de la seguridad personal? Y este punto, constituye la motivación de estas líneas, preocupado ante el desarrollo atroz de actos lesivos a la vida e integridad de nuestras mujeres, en diversos rubros criminológicos, sin que advirtamos una lucha efectiva para disminuirlos o erradicarlos en gran medida, cuya repudiable muestra pública la dio recientemente un funcionario legislativo, quien fue captado haciendo señas obscenas con sus manos, en los momentos precisos que una diputada hablaba desde su curul.

La situación de riesgo para la mujer nuestra es grave. De acuerdo a estadísticas y registros del “Observatorio de Violencia contra las Mujeres”, publicada por Ormusa, una ONG de mujeres muy dinámica, cada vez suceden más hechos peligrosos como feminicidios, golpizas, vejaciones morales, abusos sexuales, violaciones en menores, desaparecimientos, raptos, embarazos precoces, y una larga fila de ilícitos que conllevan menosprecio e irrespeto hacia nuestras amadas y dinámicas mujercitas, como son nuestras esposas, compañeras de vida, hijas, madres, hermanas etc. Confío que esta columna motive a otros a dar sus opiniones en favor de la integridad física y moral de nuestra noble y laboriosa mujer salvadoreña.