Son esa ciudadanía comprometida, dispuesta a esclarecer aquello que nos degrada, los que en verdad hacen del mundo un hogar, que deja traslucir lo que el planeta requiere: amor. Estoy convencido que uno no vive, sino ejercita los pasos del amar. Todo consiste en eso, en quererse y en querer, en vivir ofreciéndose y en desvivirse por los que están a nuestro lado.
Eso sí, cuidado con encomendarnos a farsantes que nos quieren utilizar a su antojo, con darnos a opresores que nos destrocen las alas de la libertad, o de confiarnos a gentes sin escrúpulos cuyo abecedario es la falsedad permanente. Volver al reino de lo auténtico es una exigencia prioritaria, cuando menos para reencontrarnos a nosotros mismos, en ese conocerse y reconocerse en la bondad y en la verdad, para poder sustentar instituciones sólidas para el bien público y el desarrollo sostenible. Indudablemente, no podemos reconstruirnos como sociedad, divididos por los intereses mundanos y menos absorbidos por el desinterés de unos para con otros.
A veces pienso que la sociedad, está regida e intervenida por insensatos con objetivos paradójicos. Realmente, cuesta entender tanto engaño, tanto endiosamiento o servidumbre, tanta necedad bestial servida en bandeja y la poca luz del discernimiento. El linaje humano no puede continuar, por más tiempo, bajo estas sombras demoledoras. Hay que poner límites, tener voluntad de hacerlo y concentrar esfuerzos en otras búsquedas más justas y solidarias. Nos merecemos otro guión en nuestra historia existencial, para reconducirnos a la fuente misma de la vida que no muere, y que se manifiesta con gestos armónicos, más en los humildes que en los instruidos.
Tal actitud de cambio implica, por cierto, prudencia y madurez en todo. Está bien la innovación técnica y el poder de la información y el conocimiento mundializado, precisamente por esa suma de ingenio humano, pero también se requiere de un sano espíritu que sepa escuchar para poder desentrañar el verdadero camino a tomar, que puede ser diferente a su propio punto de vista. Sin duda, renunciar a lo convulso y confuso, nos hace penetrar en otra dimensión más compresiva y responsable, inspirada en un hacer por el análogo y en una profunda esperanza. Esto es lo que, ciertamente, nos hace crecer por dentro y por fuera. Tomémoslo como regla de camino.