Según la mitología griega, Zeus, el dios supremo del Olimpo, ordenó a Hefesto, el dios de las tinieblas, crear una mujer a la que llamaron Pandora, quien se encargaría de cuidar una caja especial, donde los dioses guardarían todos los males que pudieran dañar a la humanidad. Según la misma leyenda, sólo en casos muy extremos, los dioses, con la anuencia o permiso de Zeus, podrían ordenar a Pandora que abriera aquella caja maléfica, para castigar a los humanos que se volvieran muy desobedientes de las leyes divinas. Entre los males que se resguardaban bajo siete llaves y que solo Pandora podía utilizar, se encontraban la guerra, las epidemias, los fenómenos exagerados de la Naturaleza (sequía, inundaciones, erupciones), las hambrunas, las tiranías y muchos más.

De ahí que, desde la antigüedad, cuando en un país o una región, se dan uno o más de esos males, se dice con justa razón que “se abrió la Caja de Pandora”. También en la Biblia, leemos los esfuerzos que el profeta Moisés hacía ante la autoridad omnipotente del Faraón, gobernante supremo de Egipto y sus posesiones, para que dejara marchar a los israelitas, llegados en tiempos de José y que deseaban irse a su patria original, para adorar al Dios de su fe religiosa. Como el rey egipcio se negaba a dar permiso, Moisés desató, por órdenes divinas, varios males sobre el territorio y pueblo de Egipto, siendo el último y más demoledor, el ocasionar la muerte de los primogénitos reales, incluyendo al que sucedería al necio faraón. De ese pasaje bíblico del Antiguo Testamento, se originó aquel dicho de que, por momentos, algunas naciones sufren “las siete plagas de Egipto”.

Pero volviendo el tema sobre Pandora, no sabíamos que esa semidiosa, que cuida celosamente los males más terribles, también poseía una cesta de papeles, es decir, una papelera adaptada no a los tiempos griegos del siglo V a. de C., sino a una cesta modernísima, cibernética, muy propia de estos tiempos de las comunicaciones satelitales y electrónicas que nos ponen en contacto alrededor del mundo en cuestión de segundos. Y es que el descubrimiento de esa papelera ha causado los mismos o peores efectos devastadores de un mal orgánico, el cual ya comienza a salpicar a muchos países, pero, de manera especial, a grandes inversionistas, funcionarios de gobiernos diversos, banqueros, etc. Sin embargo, cuando casi parecía que el mundo se enteraría, en forma detallada, de esos grises negocios, como por arte de magia, se produce un apagón mundial de todas las redes importantes de intercomunicación y en donde, con mucha seguridad, se borraron millones de informaciones y datos comprometedores de aquellos negocios ilegales que, en buen salvadoreño, conocemos como “movidas turbias”…Por cierto, siendo nosotros un país pequeño, no es nada difícil descubrir funcionarios “movideros” pero, por la prudencia de no meternos en “camisas de once varas”, mejor echamos de nuevo al cesto de Pandora esos datos que a otros les representan “jugosas composturas” económicas, sin desgastarse mucho.

Y no terminábamos de reponernos del susto cibernético, cuando desde Francia nos llega la noticia atroz y desmoralizadora, que nos puso “como agua para chocolate”, en la cual, doña Pandora deja ir al viento la papelera sucia sobre agresiones sexuales contra más de …¡doscientos mil niños, victimizados en diversos centros educativos religiosos de Francia, nada menos que por sacerdotes y laicos católicos, desde el año 1950 hasta los días actuales! Siempre mantengo mi convicción legal que todo delito sexual contra menores y mujeres, debe ser castigado ejemplarmente. Con ello deseo expresar también que este tipo de ilícitos no es exclusivo de los católicos, ya que en diversos tribunales ha sido acusado formalmente personas de otra categoría religiosa. Lo más probable, pienso, es que de nuevo renazca el antiguo tema del celibato sacerdotal, un tema muy antiguo, pues incluso, en la literatura picaresca francesa y española, por ejemplo, se narran aventuras eróticas perpetradas por mujeres de hábito o de hombres con sotana…¡y hablamos del siglo XVI de nuestra era, o sea, hace cinco siglos!

Ahora, mi inquietud retorna a este “pulgarcito de América”, como bautizara Gabriela Mistral, la Nóbel escritora chilena, a nuestro amado El Salvador. Y como decían los abuelitos en mi cantón natal, con cada día que pasa en el calendario, tenemos sobresaltos cotidianos de muy diversos matices que, de no anteponer el patriotismo desinteresado y la sensatez más adecuada, podríamos estar invitando, aunque no lo estemos deseando, a que Pandora nos deje ir una canastada de sus males, que nos acaben de hundir en la desesperación colectiva jamás sufrida…