Se han cumplido 50 años del día cuando el pueblo salvadoreño se mostró como uno solo para enfrentar una situación que, aunque muchos no querían que sucediera, se dio por razones del destino y dos naciones que se consideraban hermanas se fueron a la guerra por la inconsciencia de unos y las ambiciones de otros. El Salvador y Honduras, dos naciones hermanadas por sus luchas y por la historia iniciaron una guerra que dejaría grandes y profundas heridas, que hoy después de 50 años, siguen latentes en las mentes y los corazones de muchos que la vivieron. La sangre de muchos tiñó el campo de batalla y los soldados de ambos ejércitos supieron cumplir con el llamado del deber, cumpliendo cada uno con lo que les dictaba su honor y su conciencia.

Voy a comentar aquí, lo que como miembro de uno de esos ejércitos pude vivir en esos días y trataré de hacerlo de la forma más cercana a la realidad vivida, no para molestar a nadie sino para relatar hechos que pueden quedarse para la historia. Me tocó combatir como comandante de 130 hombres en el área de Nueva Ocotepeque, denominada militarmente como el TON (Teatro de Operaciones Norte). A las cinco de la mañana los cañones de nuestra artillería iniciaron el fuego sobre las tropas hondureñas y se inicio el avance de la infantería (la reina de las armas). Se cruzó la línea de partida y nos enfrentamos a las tropas hondureñas que defendían el territorio, la efectividad del “Pato” Escobar García y “Polo” Hernández, nuestros artilleros, se hizo manifiesta y con su apoyo hicimos retroceder al enemigo.

Mas o menos a medio día, estábamos a media distancia de la principal ciudad del área, Nueva Ocotepeque, pero todavía había resistencia enemiga por lo que nos reorganizamos y se creó un batallón al mando del coronel Rosales y Rosales con el que se dio el ultimo empuje y se pudo tomar la ciudad.

Seguimos combatiendo hasta llegar a ocupar unas alturas al norte de la ciudad y el enemigo se replegó, ocupando su servidor las alturas del Pedregal y el Teniente Galileo Torres la Chicotera y otra unidad el cerro el Quiamol. Allí se estableció una línea defensiva, la cual pudo detener un último intento del enemigo, el cual fue rechazado, habiéndole informado al mayor “chino” Manchan de esta situación, por lo que éste nos ordenó permanecer en las posiciones alcanzadas, hasta nueva orden.

La orden llegó al día siguiente, teníamos que avanzar en dirección norte para acabar con los últimos reductos enemigos, que ya se habían dispersado, pero todavía había algunos focos de resistencia, íbamos camino a tomar las alturas del Tizalado y al Teniente Torres le ordenaron tomar Loma Escondida, pero cuando nos encontrábamos avanzando para cumplir la orden, llegó la orden de detenernos porque la OEA había intervenido y ordenaba el cese de hostilidades. Habían pasado casi cien horas desde el inicio de las operaciones. En ese momento nos dieron la noticia de la muerte del capitán Hernández y el teniente Guerra Inglés, mientras se hacía un recuento de las bajas propias. Desconozco los nombres de todos los soldados muertos en esa acción, pero puedo asegurar que pelearon con la bravura del soldado salvadoreño y que supieron cumplir con el juramento empeñado.

Realmente los soldados conocemos los horrores de la guerra y por eso no quisiéramos que ésta pasara, desafortunadamente la siguiente generación se vio envuelta en otro tipo de guerra que también no se deseó pero se tuvo que cumplir con lo jurado en el altar de la Patria, defenderla, aun a costa de nuestras vidas.

Hoy 50 años después de esa guerra y 30 después de haber terminado el conflicto interno, los soldados estamos siempre dispuestos a cumplir con nuestro juramento y con las tareas que se nos impongan por mandato de la Constitución, con la esperanza de poder servir a nuestro pueblo de la mejor forma que nos permitan nuestras capacidades, defendiendo la soberanía, la integridad territorial y en cualquier caso de emergencia nacional que se nos requiera, estoy seguro que como los soldados de ayer, los de ahora sabrán cumplir con su deber.