El 14 de julio de 1969 al final de la tarde, aviones de la fuerza aérea salvadoreña apoyados por avionetas del club de aeronáutica civil y reserva, despegaban desde varias pistas para bombardear el Aeropuerto de Toncontín en la vecina Honduras.

La “guerra de las 100 horas” como fue conocida desde entonces, no sólo enfrentó a dos ejércitos sino también a la población civil, que se vio desalojada de sus hogares y fue además perseguida por hordas descontroladas que, a uno y otro lado de la zona limítrofe, no respetaron los derechos ni la propiedad de nadie. En Honduras, el odio, el abuso y la discriminación al que se vieron sometidos los salvadoreños fueron documentados por la OEA y los embajadores de la época.

Fueron la diplomacia y el diálogo los que pusieron fin a este enfrentamiento, precisamente las dos herramientas que habrían evitado el estallido del mismo y que en los tiempos actuales deben ser las herramientas preferentes para resolver cualquier asunto limítrofe o político que surja entre ambos países . Esta guerra cobró cientos de vidas de civiles y militares, así como dio al traste con las esperanzas de consolidar el naciente mercado común centroamericano e hizo de la antigua patria grande el escenario de desconfianzas y recelos que se aventuraron durante los siguientes 20 años.

Vale la pena recordar que azul y blanco de las banderas cobija por igual a todos los centroamericanos, que los problemas asociados con el desempleo y la migración no se resuelven con las armas y que la amarga experiencia de hace cincuenta años no debe repetirse ni alentarse. Que los únicos cañones que se disparen sean los de las salvas de honor que anuncien la próspera integración en el istmo y los relevos en sus gobiernos democráticos.