Este sábado 11 de septiembre se conmemoran los 20 años de los horribles y condenables ataques terroristas a las Torres Gemelas y al Pentágono en Estados Unidos, que dejaron casi tres mil víctimas, entre ellas salvadoreñas. El mundo entero se estremeció y se horrorizó de aquella tragedia.

El entonces papa Juan Pablo II decía que fue “un día oscuro en la historia de la humanidad, una terrible afrenta a la dignidad humana”. Y es que aquellas mentes perversas fueron capaces de usar aviones de pasajeros como armas de destrucción masiva contra civiles indefensos.

La imagen de los edificios humeantes y su posterior derrumbe, llevándose consigo la vida de más de tres mil semanas es imborrable en los anales de nuestra historia contemporánea. Aquel día, el extremismo islámico mostró su veneno y su odio hacia occidente, demostró la capacidad perversa de planificar y ejecutar un ataque a civiles inocentes a plena luz del día de una manera cruel, despiadada e insensata.

A 20 años de los atentados, la humanidad debe reflexionar sobre cómo el odio, manifestado en cualquiera de sus formas, es capaz de destruir y dañar tan horriblemente. El extremismo, el fanatismo, la violencia, no pueden aceptarse como método de lucha y son enemigas de la convivencia social y la armonía de los pueblos.

El terrorismo no tiene justificación. No hay ideología política y mucho menso religión que pueda justificar semejante maldad, semejante violencia contra sus semejantes. El terrorismo es demencial, malvado, inadmisible, venga de donde venga.