A pocos días de trascender a un plano sutil de la existencia, he constatado que fue un hombre que cultivó fuertes vínculos, que se han hecho presentes a través de llamadas, videoconferencias, mensajes, audios, que han sido un derroche de afecto y emotividad. Escuchar de su voz, cómo construyeron afecto y complicidad con Eliseo, Cheyo, como cariñosamente le llaman ¡ha sido un lujo papá! me acercan a usted, a un pedacito de su existencia, que suma, suma a este recuento con el que poco a poco se asienta de nuevo la vida.

Nacer en 1945 en San Antonio del Monte, en la región profundamente herida por la brutal represión de 1932 al movimiento indígena campesino doce años atrás, fue resultado de la fortuita coincidencia entre dos jóvenes, uno que llegó desde Chalchuapa, siguiendo la ruta de los jornaleros agrícolas, y otra, que abandonó Atiquizaya al quedar huérfana para buscarse la vida. Nombrado como su abuelo paterno, fue el segundo de los siete hijos de Don Chico Ortiz, el carretero y la niña Fina Ruiz, de carácter fuerte y decidido. Acudió a la escuela gracias a las aspiraciones de mi abuela y a la oportuna intervención de un insistente profesor que increpó a papá Chico, para quien bastaba leer y escribir. Por mi tía Angelita sé que pequeñitos, muy de mañana se escapaban para ir a cortar flores, a la parte alta del río Julupe, aunque les valiera una buena tunda. Por sus últimos relatos, puedo imaginarlo yendo a acarrear piedras y arena al río Ceniza montado en la carreta; recogiendo leña con sus hermanos en las fincas cercanas, bien abastecidos con tortillas, una sartén con casamiento y un poco de sal. Con orgullo podré contarles a Raulito, Cheyito y Carlitos, mis amados sobrinos, que su abuelo aprendió a uncir bueyes, montar a caballo, hacer nudos, usar la cuma y el azadón, a la par que destacó en la escuela ganándose el primer lugar todos los años -los libros “El Sembrador” y “Simbad El Marino” fueron sus primeros premios-.

Al concluir sus estudios secundarios reconocido como el mejor estudiante, se marchó a San Salvador a formarse como profesor de primaria en la Escuela Normal Alberto Masferrer (1961-1964) y estudiar el bachillerato nocturno en el Instituto Nacional Francisco Menéndez. Al ser el primer normalista de la república, ganó una beca para estudiar en Chile y el derecho de escoger dónde trabajar. Imagino los ojos de contrariedad de Carlitos, cuando le cuente que por dirigir una huelga como presidente de la Asociación de Estudiantes de la Escuela Normal, perdió la beca y, solo por intermediación de su director, lo nombraron en San Salvador; acercándose a su sueño de estudiar en la Universidad de El Salvador (UES).

Ingresar al Alma Mater a finales de los años 60 cambio su vida. Conoció a Ana Silvia, mi madre, una hermosa y seria maestra normalista, estudiante de Ciencias de la Educación, con la que se casó y formó una familia, convirtiéndose en un padre responsable y consentidor que trabajaba de día como maestro en la Escuela Alberto Masferrer y por la tarde, estudiaba Periodismo, que pronto dejó, para ingresar a Derecho, tras la intermediación de la abuela Rita, que le decía que como periodista se moriría de hambre. Llegar a la Universidad supuso empaparse de un ambiente estudiantil de fervor revolucionario, propio de la época. Brillante estudiante universitario, pronto se destacó como líder por su capacidad analítica, reflexiva, sus dotes de orador y habilidades para escribir (con sus compañeros y compañeras publicaron “Poder Estudiantil”, “La Jodarria”). Para entonces, su Facultad y la Asociación de Estudiantes de Derecho, se convirtieron en un santuario de “la nueva izquierda” dentro de la Universidad, intervenida y militarizada en 1972.

La admiración y respeto por Carlos Arias fueron decisivos para su incorporación al trabajo político cada vez más comprometido, que dio frutos ese año al crearse el Frente Universitario de Estudiantes Revolucionarios “Salvador Allende” (FUERSA) -que impulsó la organización y politización social en la UES y en todo el país- y editarse el periódico Pueblo y la revista Polémica. Fue Carlos quien le advirtió de la muerte de Roque Dalton y que, por su seguridad, ingresara a la estructura clandestina GASMAS (Grupos Armados Selectos de Masas), comenzando así su militancia en la Resistencia Nacional (RN). Un año después era abogado y notario de la república y para 1980 se encontraba realizando trabajo político organizativo en los sindicatos estratégicos de la economía. El fraude electoral de 1972 y 1977 y la violación de los derechos humanos toda la década, la revolución sandinista, la ofensiva de 1981, la política intervencionista estadounidense, generó una efervescente radicalización política que marcó a toda la generación de jóvenes a la que usted perteneció. Su compromiso político le valió el exilio, al que partimos en 1981.

El golpe de Estado de 1972, la revolución sandinista, la ofensiva “final” de 1981, la política estadounidense de franca intervención, generó un ambiente político nacional efervescente y radicalizado que marcó a toda una generación de jóvenes a la que usted perteneció. Su compromiso político le valió el exilio, al que partimos en 1981.

Una vez en México, intentó por diversos medios trasladar a sus hijos su amor por el Pulgarcito de América, así como por todas las causas del mundo, justas nobles e irrenunciables. Un primer gesto fue regalarme dos posters “El poema de amor” de Roque Dalton y la carta del Che a sus hijos, los cuales mandó a enlacar y usted mismo colocó en una de las paredes de mi habitación, justo enfrente de mi cabecera, por lo que al despertar era lo primero que leía; a tal grado que los memorice rápidamente. También por los libros que, junto a mi mamá, nos elegían y suministraban mensualmente a Paco y a mí, adolescentes y ávidos lectores, de los que recuerdo: “El Salvador (Monografía)”, Miguel Mármol: Los sucesos del 32 en El Salvador”, ambos de Dalton y el periódico “Guazapa de la RN -yo prefería los comics en donde la Ciguanaba vencía a Superman-; muchísimos libros de Rius: “Cuba para principiantes”, mi preferido, “ABChe”, “Cuba Libre”, “Marx para principiantes”; sin faltar “Los diarios del Che en Bolivia” y una biografía de mi héroe, de la que se me escapa el título, de portada roja, muy gruesa, una edición rusa traducida al español, en la que me encantaba ver las fotos del Che, particularmente en la que aparece con el pelo engominado y un habano en la boca (¡tan guapo!). Por último, la música que escuchábamos todos los días, montados en el vocho negro camino a la escuela, de la que rescato: “Nicaragua, Nicaragüita” -que siempre me recordará a Emiliano, mi hermano de crianza, nacido en Nicaragua-, “Quincho Barrilete” -así apodo a Cheyin- y “El Salvador en la víspera de la una alborada”; especialmente esta última canción, con sus poéticas y contundentes palabras, estimulaban mi mente infantil al imaginar a la lejana “orquídea cuscatleca”, al “gorrión que canta entre fusiles” del que me sentía profundamente orgullosa y al que usted juró que volveríamos, “aunque fuera caminando”. Y lo cumplió.

Al volver, pudimos convivir con mis hermanas Rosa, María y Elisa, hijas de su segundo matrimonio. Y en cada festejo celebrado en su casa, rodeados siempre de sus amistades más cercanas, nos dijo que en su vida tuvo tres grandes amores: sus hijos e hijas, la Universidad de El Salvador y el país. Estas pasiones lo rodearon de gente invaluable, leal, comprometida y soñadora, que junto a usted, nos legaron su capacidad de entrega a la utopía que abrazaron en sus años de juventud por un El Salvador más justo; pero también, por la irrenunciable construcción de su institucionalidad democrática durante la posguerra. Con el asalto al poder del populismo en el mundo y una fuerte idealización de las viejas dictaduras en la izquierda partidaria salvadoreña, usted no cedió al dogma. En su calidad de magistrado suplente de la Sala de lo Constitucional, defendió férreamente la independencia judicial por encima de intereses político partidarios, ganándose el señalamiento de traidor por sus ex compañeros de militancia -entonces altos dirigentes del FMLN-, pero también, el profundo respeto de la ciudanía salvadoreña de vocación democrática. En la Universidad de El Salvador, durante sus últimos años lideró con otros compañeros y compañeras universitarias, un movimiento político que la concibe pública, laica, plural, democrática y popular, sensible a los problemas nacionales y vinculada a la sociedad civil para la búsqueda de alternativas, cuyo reto de transformación académica y democrática abrazó hasta el final.

Autor de textos académicos (leo los últimos que trabajó con Félix Ulloa, Roberto Turcios y Rafael Guido Bejar), sus últimos escritos no fueron ensayos o análisis de coyuntura de rigurosa capacidad analítica para la acción estratégica, sino que muestran que sus pensamientos visitaron afectos muy profundos: sus padres, alumnos -dejándoles pautas de cómo escribir- y sus compañeros de militancia Raúl Hernández y Carlos Arias.

Tras el diagnostico de fibrosis pulmonar en etapa terminal, se supo sostenido y acompañado por sus amigos y compañeras que respaldaron la gestión familiar para intentar salvarle la vida, mediante un trasplante de pulmón en México ya que en El Salvador aún no se realiza. La negligencia del médico al que le tomó siete semanas redactar un breve informe nos hizo perder un tiempo valiosísimo, pero no mermó su temple en momentos de mucha fragilidad e incertidumbre.

Hace unos días, Nina, su estimada amiga mexicana, en un gesto de profunda generosidad, me hizo partícipe de una de tantas historias de afecto y complicidad entre ustedes, que involucra a Paco mi hermano, una hermosa carta y un sombrero de Tardán; ella, al evocar esos años de exilio, me acercó al “Cheio”, al amigo, al camarada, con quien compartió “años de revolución, de entrega plena, de lucha, de dolor, de ternura”.

En este día del padre, su ausencia no ha quedado en el silencio, ha sido y continuará siendo nombrada, expresada, compartida con quienes le amamos. Hago mío el sentir de Eric, su querido amigo, que al parafrasear “Y apagara mi corazón” de Escobar Velado, vislumbro nuestro próximo encuentro: “Nos veremos de azul en las estrellas.”

¡Hasta siempre papá!