A juzgar por la narrativa dominante entre las personas que asumen posturas críticas en defensa de la democracia salvadoreña, incluyéndome, parece que estamos hablándole a los convencidos. No hay una relación favorable entre la crítica (sustentada o vacía) y un mayor apoyo a la oposición. Durante los últimos meses nos hemos desayunado con noticias que muestran un manejo retorcido de la administración pública. Algunos ejemplos son el contrato adjudicado a una empresa de Jorge Aguilar (cuando era funcionario del actual gobierno) para proveer mascarillas con un sobreprecio del 121%, el uso ilegal que hizo Osiris Luna de $8.5 millones en las tiendas penitenciarias, la concesión de la Lotería Nacional de Beneficencia sin un debido proceso, la compra de $2.8 millones en maíz mexicano a sobreprecio (pese a que de acuerdo con los productores nacionales había reserva en el país) y un largo etcétera. ¿Por qué pese a todos los indicios de usos indebidos del dinero público durante la pandemia, el notable irrespeto al Estado de Derecho, a las instituciones democráticas y a las claras muestras de abuso de poder, Bukele sigue acumulando apoyo? Porque influyó en la opinión pública a través de una estrategia que centra el quehacer político en su figura y con una narrativa determinada. De esto se ha escrito bastante.

El presidente fue hábil en montarse sobre en el debilitamiento del sistema de partidos que dominó en los últimos 30 años. Su estrategia se fundamentó, como sabemos, en hacerse de una narrativa que confronta el sistema tradicional de partidos. Esto tuvo eco principalmente en las personas no tenían nada que perder porque siempre han estado al margen de las decisiones tomadas por élites políticas y económicas. Dicho de otra forma, tras la firma de los Acuerdo de Paz, la consolidación de la democracia no redujo la pobreza de manera sostenida que caracteriza a El Salvador.

En el 2018 Marta Lagos, directora Ejecutiva de Latinobarómetro, publicó el artículo “El fin de la tercera ola de democracias” en el que explica como esta realidad estaba impactando en toda la región: “las quejas de corrupción, incompetencia, mal desempeño pesa sobre las democracias y sus gobiernos. No es de extrañar que la aprobación de los gobiernos en promedio caiga a menos de la mitad de la época de los hiperpresidentes donde toda la fe del sistema democrático estaba puesta en el presidente de la república”. En El Salvador ni la pobreza ni la desigualdad han cambiado con la llegada del actual gobierno. De hecho, los datos muestran que con la pandemia por COVID-19 se está profundizando. Según datos sistematizados por el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI), a partir de proyecciones hechas por la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe (CEPAL), del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, nuestro país tendría el mayor decrecimiento económico en Centroamérica. ¿Traducción? Se proyecta una pérdida de cientos de empleos formales en sectores como el comercio, restaurantes, hoteles y servicios. Pero aun en un escenario desalentador, Bukele sigue capitalizando un apoyo expresado en el 8.7 de calificación dado en el manejo de la pandemia, según la última encuesta del Centro de Estudios Ciudadanos de la Universidad Francisco Gavidia.

Sin duda necesitamos reglas claras, instituciones fuertes y liderazgos con capacidad de concertación para salir de esta crisis. Pero hablar de fortalecimiento de las instituciones democráticas y Estado de Derecho no tiene sentido para quiénes, como dicen una amiga santaneca, simplemente no tienen acceso al agua o se truenan los dedos porque la pensión no les alcanza para sobrevivir.

Entonces, ¿a quién le hablamos? Creo que tenemos el desafío de darle sentido a las palabras. Mientras la oposición (representada por partidos políticos y diversos sectores de la sociedad civil) habla de debilitamiento del régimen democrático en Twitter, los funcionarios del gobierno penetran el territorio salvadoreño con bolsas alimentarias y, de paso, llevan a sus candidatos para hacer campaña. ¿Poco ético, ilegal, etc.? Sí. pero lo visible es una oposición quejándose en redes sociales y en medios de comunicación, mientas el gobierno reparte comida. La satisfacción de la población con el régimen democrático de El Salvador está fracturada. Asumámoslo. Sin embargo, su defensa no pierde legitimidad. Sólo hay operativizar la famosa frase que dijo el presidente Raúl Alfonsín cuando asumió la transición de una dictadura cívico militar a un régimen democrático en Argentina: “con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”.