La palabra bancarrota no está en el vocabulario común de Rosario Ramos Gómez, pero se siente así, al borde del colapso. No está sola, la acompañan otros 2,000 caficultores de Candelaria de la Frontera, en Santa Ana, que se encuentran en la encrucijada de abandonar sus fincas o migrar para sobrevivir al dramático período en la caída de los precios del café.

Migrar, abandonar las fincas, venderlas o cortarlas para sembrar granos básicos son las pocas opciones que tienen hoy en día los productores de café en El Salvador, luego de enfrentarse en los últimos dos años a la constante caída en los precios del llamado “grano de oro”.

“Soy mujer, soy productora y tengo tres manzanas. Yo estoy en la cocina y me enfrento a que no tengo qué (comida) freírle a mis hijos. Gracias a Dios están los cultivos asociados al café”, como limones, jocotes o anonas, que generan ciertos ingresos económicos. Sin embargo, enfatiza, son frutas de tiempo y no alcanzan para subsistir todo el año.

Gómez es esposa y madre de un niño con síndrome de Down, tiene 15 años de dedicarse al cultivo de café para ayudar a su familia. Entre risas, asegura que no se ve en otro lugar más que en su finca, con su hijo y con su bomba para fumigar. Pero la situación ya no es tan fácil como hace una década; ahora “estamos sufriendo”, afirma con voz cansada.



“Hay mujeres que son viudas y se enfrentan a un gran reto porque ya el café no es rentable para pagarle a la gente. Si alguien, alguna vez, tuvo cinco trabajadores hoy tienen tal vez uno, se está perdiendo el trabajo para la gente”, agrega.

Candelaria de la Frontera es un municipio limítrofe con Guatemala, en Santa Ana, el departamento con mayor superficie para el cultivo de café por 35,351 hectáreas a cargo de 5,260 productores registrados ante el Consejo Salvadoreño del Café (CSC). Representan el 22.1 % de los 23,827 caficultores a nivel nacional.

 



 

Daniel Linares, del cantón Los Cocos, Santa Ana, decidió no trabajar su finca para el ciclo 2019/2020 porque en las últimas cosechas, en lugar de ganar, asegura que perdió. El también productor de granos básicos, afirma que ya ha pensado en migrar hacia Estados Unidos en búsqueda de una “mejor oportunidad”, pero ha preferido quedarse a la espera que “la situación mejore”.

“Las nuevas generaciones son las que harán lo que nosotros hacemos. Si se van del país por problemas, o se hacen delincuentes, esto va a llegar a arruinar el país”, sostiene.



29 meses de sufrimiento

La crisis no ha dado pausa y el café ha perdido el 40 % de su valor en mercado. El sector acumula 29 meses de constantes caídas, luego de venir, en marzo de 2017, de un precio de $1.34 por libra. En la última semana de septiembre el valor promedio se colocó en $0.99.

Los caficultores salvadoreños no se enfrentan solos a esta crisis. La red de los 10 países productores que conforman el Programa Cooperativo Regional para el Desarrollo Tecnológico y la Modernización del Sector Cafetalero Regional (Promecafé), asegura que entre México, Centroamérica, Jamaica y República Dominicana hay más de cinco millones de productores afectados.

El problema es “bien grave”, agrega William Rogelio Cerna, caficultor de 30 años del cantón San Vicente, en Santa Ana, y quien asevera que desde los siete años de edad se dedica a la caficultura. “Nosotros sufrimos más porque somos los que trabajamos, de eso vivimos, comemos, nos vestimos y nos calzamos”, indica.

Cerna testifica que los pequeños caficultores que no soportaron la situación ya decidieron cortar sus fincas y sembraron frijol y maíz. Esta decisión, si bien genera ingresos económicos más rentables, no deja de ser un problema climático pues el bosque cafetero es el principal pulmón de El Salvador y retiene el agua lluvia para las cuencas hidrográficas, advierte.

“¿Por qué se originan las pandillas? porque no hay trabajo. Da una gran cólera que uno de productor llevando esos aguajes encima, deja de comer para comprar abono y veneno, y que venga el mañoso” a robarse los cultivos, lamenta.