Para quienes frisamos cincuenta años o más de edad, recordamos aún, con emocionada fruición, aquellas épocas bonancibles de nuestra caficultura cuando, al llegar la época de recolectar los frutos abundantes de los cafetales, mirábamos llegar, desde los lejanos poblados chalatecos, nutridas caravanas de hombres, mujeres y niños, portando hamacas, petates y cobijas, dispuestos a ganar dinero en las fincas de los departamentos de La Libertad y Santa Ana, en aquellas “temporadas de corta” que inspiraron al compositor vernáculo, don Pancho Lara, aquella canción que daba inicio con la estrofa de “Ya coloradeó, ya se maduró, todo el cafetal, y las cortadoras, vienen muy alegres, con sus canastitos, a cortar café”, que los escolares entonaban y danzaban en sus diversos planteles de enseñanza. Incluso, el escritor don Arturo Ambrogi, en su libro “El Jetón”, narra un dramático episodio amoroso, acaecido precisamente en una finca cafetalera.

En mi libro “La epopeya del gran Coquimbo: Vida y obra del Capitán General don Gerardo Barrios”, premiada y editada por la Universidad migueleña que lleva el nombre de aquel héroe salvadoreño, dedico un capítulo completo a exponer cómo aquel político visionario, aprovechó la experiencia y conocimientos de un brasileño, don Antonio Cohelo, para realizar los primeros cultivos de café, en una finca que poseía en la población de Cacahuatique, hoy Ciudad Barrios, en un tiempo donde la bebida preferida para las tertulias y después de la cena, era saborear una taza de chocolate caliente. Añado que, siendo mandatario del país, invitó a miembros connotados de la entonces sociedad capitalina, a la mansión presidencial y los sorprendió cuando su esposa, doña Adela, y unas empleadas, les sirvieron sendas tazas de café humeante, que nunca habían probado y alabaron esa bebida de sabor incomparable. Precisamente, Barrios fue el impulsor del cultivo cafetalero, que en poco tiempo, sustituyó la base económica del añil y mantuvo, por más de un siglo, la exportación significativa del grano hacia los mercados extranjeros, razón por la cual, nuestro café fue llamado “el grano de oro”, tanto por su calidad, sabor y pureza, en cuyos rubros llegó a ocupar lugares cimeros, compitiendo con los cafés de otras naciones del continente americano.

Nuestro principal mercado fue y sigue siendo, los Estados Unidos de América, algo que también advirtió no solo Barrios durante su estadía en nuestro mejor aliado, sino los mismos próceres de la Independencia que, abatidos por las pretensiones de sojuzgamiento que hiciera el efímero Emperador mexicano, don Agustín Iturbide, resolvieron enviar efímero emperador mexicano, don Agustín Iturbide, crearon una misión diplomática, encabezada por don Juan Manuel Rodríguez, para expresarle al gobierno federal del Norte, su anhelo de anexar la provincia de El Salvador, como una estado más de la pujante nación estadounidense. Sirva este dato para conocimiento de quienes ahora pretenden olvidar la historia patria, tanto de antaño como reciente, con fines oscuros o para sorprender la buena fe de los ciudadanos, con marcado interés electorero.

Hoy, esa añorada condición de los cafetales salvadoreños, ha cambiado, en forma lamentable, con el correr de los años y la apertura de la República hacia los modelos de industrialización acelerada. Sin embargo, naciones africanas, por ejemplo, siguen cultivando café en grandes extensiones y siguen comercializándolo con mucho éxito. Si reparamos en el hecho práctico, comprobado por expertos internacionales en cocinarlo (baristas), contamos y producimos en El Salvador, uno de los cafés más sabrosos del mundo entero. Ese hecho, real y positivo, debe entusiasmarnos para seguir cultivándolo y comercializándolo.

Las condiciones socioeconómicas tal vez no sean como las que vimos de niños o adolescentes. Tampoco esperemos ver de nuevo las caravanas de cortadores chalatecos, que narro. Pero en esta época de desempleo, una alternativa de paliar la crisis de muchísimos hogares, podría ser la corta del café. Confiamos que el llamado de nuestros caficultores no caiga en saco roto, como caen hoy al suelo las cosechas. Es hora de apuntarnos para recoger, con nuestras manos, ese rico e incomparable producto de Dios y la naturaleza…