Tengo un amigo que se pone unos calcetines navideños los 25 de cada mes para recordar cuántos meses faltan para Navidad; tengo otro amigo que suele ir cantando villancicos en el cálido tráfico de la ciudad, sin importar la época del año que sea. A los comercios, como que también les ha pasado como a mis amigos. Ni habíamos terminado de doblar la bandera del 15 de septiembre, cuando había árboles de Navidad en oferta.

Algunos quizá opinen que decorar de Navidad con tanta antelación responde a fines comerciales y consumistas; para otros, en cambio es lo mejor que puede pasar. Pues resulta que lo de “adelantarse”, según como se vea, tiene su sentido. Se llama “prepararse”, y la Navidad lo merece.

Desde que la fiesta de la Navidad se trasladó al 25 de diciembre, haciéndola coincidir con la fiesta pagana del sol entre el siglo III y IV, nació también un tiempo de preparación. Las fiestas se conocen por sus vísperas, dice el refrán; y al tiempo que prepara la fiesta de la Navidad se le llama Adviento. En muchos países tienen su propia tradición ornamental. En nuestras tierras también. Lógicamente, son tradiciones venidas de Europa, y algunas con sus toques estadounidenses.

La palabra adviento viene del latín “adventus”, es decir, advenimiento. El tiempo de Adviento es un tiempo cuya clave de lectura es “va a nacer el Salvador”. Un período que amansa el corazón del hombre para que no pase, como opinaba el filósofo Hobbes, que el hombre sea un lobo para el hombre. Los primeros testimonios del tiempo de Adviento nos trasladan hasta el siglo IV, cuando el obispo Hilario de Poitiers animaba a sus fieles a preparar su corazón con penitencia y oración para el nacimiento de Jesús. En el siglo V, San Máximo, obispo de Turín, recomendaba no sólo a la preparación personal e interior, sino también las obras de caridad en especial hacia los más necesitados. Se trata de caldear el corazón para que el mensaje del cristianismo renazca en nuestro interior. Esto es lo que podríamos llamar la magia del Adviento.

Conviene tener a la vista el sentido profundo de la Navidad, para disfrutar sus fiestas y su víspera. Así que podemos estar tranquilos ante la exuberante decoración “de Adviento” que llenan las calles. Lo bueno siempre suma. Los copitos de nieve y el muñeco Frosty no son precisamente personajes de la cultura de un país tropical, y mucho menos las ventanas escarchadas y los fractales de nieve en papel brillante, pero suman. No los veamos como una especie de invasión “Yanqui”, o fruto de alguna especie de “imperialismo”. Es la cultura pop que nos ha tocado vivir y que dependerá de nosotros el sentido con que queramos vivirla.

Con la mirada puesta en el Nacimiento de Jesús, el árbol de Navidad, las coronas de adviento y las guirnaldas con pompas de colores, suman a la magia de estos días de Adviento. El árbol de navidad nació en la Alemania protestante del siglo XVI. Originalmente era una alternativa a las imágenes del pesebre propuesta por un luteranismo iconoclasta. Más tarde, se convirtió en signo de la cultura alemana, y ya en el siglo XIX, signo universal de la proximidad de la Navidad. El árbol navideño recuerda otro árbol. Ese de cuyos frutos comieron Adan y Eva. Del fruto de un árbol comieron los hombres y perdieron la amistad con Dios. Del fruto (Jesús) de un nuevo árbol (la Cruz) comen los hombres para entrar en comunión con Dios. El árbol, en palabras del Papa emérito Benedicto XVI es un “signo de luz, amistad, reconciliación y bondad. Este árbol nos dice que Dios es nuestro amigo, y que por lo tanto somos hermanos los unos de los otros. Éste es un mensaje que necesitamos ahora mismo, cuando hay tantas amenazas de hostilidad y terror. Necesitamos fortalecer nuestra amistad para llevar luz al mundo”.

La magia del Adviento nos recuerda que un mundo mejor es posible y pasa por tender lazos de amistad entre unos y otros. El verde simboliza esperanza, porque es la señal de vida en la naturaleza. El verde del árbol, guirnaldas y coronas de este tiempo dan vida a este tiempo. Nadie decora su casa sólo para sí, lo hace para los demás. La vida siempre es un don. Pero la lógica del don puede ahogarse en la lógica del mero consumo.

Una cultura consumista, donde lo que importa es el regalo –o el agasajo–, y no quién lo da, nos puede apagar la magia del Adviento. Qué bonito sería que todos viviéramos el año entero en esta actitud de Adviento. Quizá no sea necesario usar cada 25 de mes unos calcetines navideños, como contaba al inicio que hacía un muy querido amigo mío. Ni ir cantando villancicos todo el año. Pero sí podemos, con nuestro estilo de vida cotidiano, mantener viva la magia del Adviento que brilla con la fuerza de la luz de la Navidad.