Las imágenes que circularon el fin de semana de policías guatemaltecos bloqueando una caravana de migrantes hondureños en la zona de Chiquimula, golpeándolos con palos y lanzándoles gas lacrimógeno da escalofríos, da profunda tristeza y vergüenza para todos en Centroamérica.

Hay que estar desesperado al máximo para lanzarse a la aventura de una caravana de migrantes, a pie, sin comida ni agua garantizada, con niños en brazos, con la esperanza de conseguir empleo permanente desde un país que en las últimas semanas ha sufrido de todo. En Honduras el covid ha sido devastador, luego vinieron dos huracanes que inundaron hasta el aeropuerto de San Pedro Sula y destruyeron el aparato productivo del norte hondureño. Y para colmo, hay un gobierno dirigido por un mandatario acostumbrado a atropellar la Constitución, a abusar del poder y acusado de tener nexos con el narcotráfico. Por cierto, varios de sus rivales políticos también son señalados por nexos con el narcotráfico también. De eso es lo que huyen esos seis mil hondureños.

Muchos de ellos, por supuesto, también han sido víctimas de engaños de reclutadores de esas caravanas, traficantes de personas que aprovechan las circunstancias para engatusarlos con falsas promesas. Y lo más triste, son esos golpes con palos. En nombre de la legalidad migratoria, golpear así a esos pobres migrantes es muy doloroso, injusto, una vergüenza para los gobiernos involucrados.