Era temprano, de una mañana fría, una mañana de muerte. Ahí conocí cara a cara, los que es el hambre, el hambre de piel y huesos, el hambre de las películas de guerra con campos de concentración. Ahí me encontré como luce la malnutrición extrema, cómo se ve un niño literalmente morir de hambre.

La hambruna del cuerno de África me enseñó que los niños con malnutrición extrema mueren de noche, pues sus cuerpos no resisten el frío de la madrugada; que el organismo durante el hambre trata de ahorrar energía hasta el extremo de impedir el movimiento normal de los párpados, permitiendo que las moscas se posen en tus ojos, y tu mirada intensa sin poder parpadear en defensa de tu dignidad. Que una madre, en hambre extrema amamantara al niño más fuerte…dejando morir al débil. Sí, en mi país había pobreza y una guerra civil y cruel, pero esto era diferente, tan diferente que me hacía sentir vergüenza de ser humano. En 1992 la hambruna en Somalia y su guerra fratricida terminó con un saldo de 300 mil muertes, entre ellos miles y miles de niños. Durante mi trabajo en Somalia conocí el trabajo de muchas agencias humanitarias, entre ellas al Fondo Mundial de Alimentos.

Y por un momento pensé, la vida es prestada. De momentos, no de ayeres ni de mañanas. Lo que hoy, en este momento, construyo, es para hoy, y si perdura para un mañana. Por ello, hoy celebro un premio Nobel de la paz, con justicia otorgado al Fondo Mundial de Alimentos, y con él, al multilateralismo.

Tengo en mi mochila más de 30 años de experiencia en trabajo humanitario, que incluye trabajo de campo en 60 países de 6 continentes. Trabajo en comunidades, las más pobres de las pobres. Trabajo comunitario, que me dio nuevos ojos para apreciar nuestra humanidad, nuestras diferencias engranadas en una rica y hermosa diversidad, pero apreciando que, a pesar de cantar y llorar diferente, somos en el fondo simplemente humanos, homo sapiens. Entidades sociales, que dependemos uno del otro para poder sobrevivir. Porque de eso se trata, especialmente en estos momentos, de dependencia multilateral. Aun y a pesar de aquellos que, con nacionalismos destructivos, y gritos de guerra racistas, nos invitan al rechazo de la diversidad, al rechazo de nuestra natural humanidad.

Actualmente nuestra sociedad global está cayendo en el abismo de una recesión económica, una pandemia económica originada por las medidas impuestas para frenar la transmisión de un virus. Nuestro país, según el Banco Mundial, será el país centroamericano más golpeado, con una contracción económica del 8.6%. Indudablemente esto tendrá un efecto directo y substancial sobre la salud pública, muy especialmente sobre nuestra nutrición. Y como en cualquier crisis humanitaria, los más afectados serán los más débiles, la población infantil y pobre. A nivel mundial, 16 millones más de niños estarán afectados por la malnutrición, y con ello su capacidad de crecer con salud, de aprender, de trabajar.

Los efectos negativos de la malnutrición los acompañaran por el resto de sus vidas. Estudio tras estudio han demostrado que aquellos niños que sufrieron desnutrición crónica severa a los dos años de vida obtuvieron 10 puntos menos en pruebas de inteligencia en comparación con otros niños. Y esto trasciende, ya que la desnutrición crónica afecta los ingresos económicos obtenidos en la adultez, debido al mal desarrollo de la función cognitiva.

La malnutrición crónica y sus efectos son irreversibles. Es una condena a ser pobre, a ser enfermo, a ser ignorante, para siempre. Por ello, un premio Nobel a una agencia de las Naciones Unidas, es un reconocimiento y al mismo tiempo un llamado a nuestra humanidad. A nuestra necesidad conveniente de realizar que somos uno, que no hay fronteras ni muros que nos separen, y que juntos, solo juntos podremos preservar nuestro mundo para generaciones futuras.