Leer la historia de China es recorrer, emocionados, un enorme tapiz antiguo, matizado por relieves de épocas gloriosas, intercaladas con períodos dolorosos y sangrientos, como fueron las diversas y cruentas intervenciones extranjeras de Europa y Asia, que dejaron su impronta grabada en diversos monumentos y leyes, pero que, de ninguna manera, transformaron profundamente el espíritu chino, expresado en diversas corrientes filosóficas, artísticas, científicas, literarias, industriales, etc. creadas a través de lejanos tiempos, cuando existieron las dinastías reales que se perpetuaron en sus palacios y obras de arte, sin olvidar inventos como la pólvora, la brújula y la imprenta móvil, tan antiguos como los siglos en que vivieron sus impulsores.

Cuando evocamos a China de inmediato nos aparece en visión tridimensional la Gran Muralla, o sentir los efluvios frescos de sus caudalosos ríos irrigando los enormes cultivos de arroz, pero, a la par, surge otra imagen moderna y arrolladora, como es la pronta transformación de China en la segunda potencia industrial y económica del mundo, con impulsos tecnológicos y científicos asombrosos. Por ejemplo, el antiguo y sucio puerto de Shanghái de hace muchas décadas atrás, hoy es una urbe del siglo XXII, es decir, la capacidad y modernismo, así como el auge económico de esta inmensa república que nació hace setenta años, camina incansable, con saltos de calidad y desarrollo, hacia un progreso sostenido que favorece no solo a su inmensa población, sino a una gran cantidad de naciones que mantienen relaciones diplomáticas y comerciales con ella.

La república inicial fue fundada en 1916 por el doctor Sun Yat-zen, un abogado, cuya estatua en San Salvador permanece sucia y olvidada. La gesta de Sun dio inicio a una larga guerra civil que encabezaron líderes militares, especialmente los agrupados alrededor del generalísimo Chiang Kai-shek, quien logró eliminar a muchos de sus enemigos y, a partir de 1927, prácticamente se constituyó en el gobernante de la mayor parte de China. Sin embargo, también surgieron tropas opositoras comandadas por el líder Mao Zedong, que iniciaron, entre 1934-35, una larga y victoriosa marcha, desde las zonas apartadas de Shaanxi hacia Pekín. La invasión japonesa al territorio chino, durante la Segunda Guerra Mundial, hizo que todos los ejércitos chinos aunaran esfuerzos contra las fuerzas niponas de ocupación, que derrotaron con apoyo de naciones europeas en lucha contra el nazismo y que hicieron triunfar a Mao, mientras Chiang se refugió en la isla de Formosa y fundara la república de Taiwán, cuya autonomía es respetada, aunque existe un fuerte movimiento de incorporación con la patria continental. Por su parte, Mao Zedong proclamó el 1 de octubre de 1949 la nueva nación con el nombre de República Popular China, es decir, que la segunda potencia mundial conmemora setenta años de haber sido proclamada como tal, constituyéndose en una nación que transformó, con rapidez y eficacia, sus antiguos y lentos modelos productivos, culturales y educativos, en una serie interminable de grandes avances en calidad y cantidad, que transformaron la pobre y enflaquecida nación, en una potencia mundial de primer orden, compitiendo con los mejores estándares de creatividad científica y tecnológica, ante las naciones europeas y los mismos Estados Unidos de América.

Mao dejó de existir en 1976, pero es indudable que se convirtió, junto a otras personalidades, en uno de los constructores iniciales de la nueva historia de su patria. A ello ha contribuido el sentimiento de pertenencia, unidad y solidaridad, característico de la personalidad china, que logró superar las dificultades geográficas, tradiciones locales y lenguajes tribales (que aún sobreviven al paso de los siglos). La enseñanza global del mandarín, declarado como idioma oficial de la república, aunado a una masiva enseñanza, lo ha convertido, en siete décadas, en uno de los idiomas más hablados del planeta y que ahora, por la importancia de la nación, es otro de los lenguajes que más buscan ser aprendidos por los extranjeros y que, en realidad, es de pronta asimilación, por la suavidad de su acento fonético y la facilidad de recordarlo. Alejados de posturas ideológicas, expresamos nuestra admiración y felicitación a la República Popular China, por este septuagésimo aniversario de permanecer en la senda del progreso y bienestar.