El año 2020 arrancó con fuerza en lo que a acontecimientos políticos se refiere, es lógico tratándose de un período pre electoral, donde lo que hagan los diferentes actores socio-políticos del país acarreará consecuencias. Unas, positivas; otras, las más cínicas, tendrán efectos contrarios.

El cinismo es un hábito que sobreabunda en muchos políticos y burócratas, binomio perverso que tiene debilitada nuestra institucionalidad democrática. De ahí que todos deberíamos preocuparnos cuando sujetos metidos en política - y algunos funcionarios - son vistos como groseros, desvergonzados en mentir, defensores de prácticas vituperables, imprudentes, obscenas, descaradas e irrespetuosas hacia las convenciones sociales y hacia las normas y valores morales, calificativos que definen el cinismo según la Real Academia Española de la Lengua.

Más preocupante es que los ciudadanos no solo acepten tales conductas sino que terminen eligiendo, o reeligiendo, estos tipejos para representar sus intereses, ya sea como diputados o como alcaldes. Los primeros terminan eligiendo en segundo grado a funcionarios claramente impresentables para dirigir importantes entidades, por eso sus gestiones terminan sin pena ni gloria, señaladas como incumplidoras de su mandato constitucional y legal. Los segundos, en lugar de trabajar en beneficio de sus municipios, prefieren dedicarse a practicar el deporte favorito de nuestra impoluta clase política: la corrupción.

Hay excepciones; cuesta encontrarlos, pero las hay. Infortunadamente son los menos.

Recuerdo que el dilecto amigo Peter Deinniger, un burócrata capaz y honesto de la extinta Agencia de Cooperación Alemana (GTZ) me dijo hace mucho tiempo que debía ausentarse del país porque tendría que asistir a su última evaluación de desempeño en su país natal, ya que todos los burócratas deben someterse cada cinco años a ese tipo de avaluaciones, para que el ente formador de los servidores públicos de Alemania (a través del cual ingresan - por mérito - trabajar para el Estado) tenga de primera mano el real valor público que sus servicios representan para el país. En otras palabras, allá miden lo hecho y el beneficio que para el país eso representa.

Si en la gestión pública salvadoreña replicáramos, siquiera un mínimo porcentaje de aquel maravilloso proceso evaluativo al que se somete todo burócrata, en El Salvador no hubiesen tenido cabida los harto conocidos sujetos que, con todo y sus familiones, han sido como dañinas sanguijuelas dentro del Estado, desempeñando un indigno rol por el que la historia los juzgará in saecula saeculorom.

Si los diputados hubiesen mostrado voluntad política para apurar el estudio y aprobación de una “Ley de la Función Pública”, que hoy hipócritamente pretenden evidenciar, porque saben que los tiempos electorales corren, probablemente pudieran habernos evitado estar en presencia de los más vergonzosos casos de nepotismo (que no es delito porque los diputados se niegan a legislarlo como tal) que han salido a la luz , pero que es un fenómeno que viene desde los tiempos de conciliación, con una gigantesca diferencia: los gobernantes pecenistas seleccionaban su gabinete por mérito, capacidad e idoneidad, no por sus habilidades para adular a quien los contrataba o por el rédito electoral que los partidos olfatean, como le ha ocurrido al actual PCN al que desde hace ratos le llueve sobre mojado con los Eliú, los Wilber, los Silva (época de la Cirocracia) hasta contemplar en nuestros días el desagradable “Show de Cristina”.

Otros se sentirán felices de que esto ocurra, pues son distractores perfectos que nos alejan de pensar en los reales problemas que tiene el país: el problemón de las pensiones, no legislar sobre el uso del agua, sobre la reconciliación, sobre la función pública, además de no concentrarnos en el 76.3% de la deuda fiscal, el estancamiento económico, el incremento en las extorsiones, las desapariciones, etc.

Mientras el cinismo siga permeando las actuaciones de políticos y burócratas, más los odiará la gente. Pero igual, habrán nuevos actores que se preparan para relevarlos, incluyendo el partido que quiere quedarse con el poder total.