Los gobernantes independentistas de Cataluña han generado una crisis política muy aguda en España. Esta no es reciente, se viene gestando desde décadas atrás pero estalló cuando el gobierno de la región, basándose en un referéndum muy discutible y claramente inconstitucional, declaró su independencia, que terminó con el enjuiciamiento de los líderes de ese movimiento por el Tribunal Supremo, con grupo en la cárcel y otros se exiliaron.

El discurso político de los independentistas se centra en denunciar al gobierno central como conquistador se su territorio, lo responsabiliza de todos sus problemas y apela al Cataluña como si fuera una nación radicalmente distinta. El intento de independencia ha terminado catastróficamente: la crisis política, social y económica es cada vez más profunda, y la pandemia no ha hecho sino profundizarla, con un pésimo manejo por parte de las autoridades.

La aguda polarización se ha transmitido a la población, pero, según encuestas, de una mitad independentista y la otra que la rechazaba o no les importaba, después de todos estos tristes eventos, el independentismo aparece bajando y el número de los que no saben o tienen miedo de dar su opinión aumenta sustancialmente de tal manera que se espera cambio de gobierno en la próxima elección.

La situación política que estamos viviendo en El Salvador con el nuevo gobierno no deja de tener claras similitudes con lo que está sucediendo en Cataluña: En ambos país los gobernantes muestran rasgos populistas muy marcados, sus programas están llenos de ilusiones.

En Cataluña se promete que la Unión Europea los recibiría como miembros, lo que no pasa de ser una propuesta ficticia, al igual que las ofertas electoral de nuestro gobierno de “grandes obras” como el ferrocarril, el aeropuerto internacional en oriente o el hospital “más grande” de Latinoamérica en dos meses, que no ha pasado de los cimientos mientras colapsa el resto del sistema de salud pública.

Ambos gobiernos muestran claros rasgos de autoritarismo: el régimen de Cataluña, como ya controla el legislativo, presenta un afán de concentrar bajo su mando el aparato cultural y de eliminar o reducir al mínimo el uso del español en los medios e instancias públicas cuando el porcentaje de los que saben español es muy superior a los de catalán; por su parte, nuestro gobierno ha mostrado un claro afán de apoderarse de todo el gobierno, intimidando o suprimiendo los otros dos poderes y haciendo callar a las instituciones autónomas de supervisión y de acceso a la información pública.

El discurso dominante de ambos es de carácter negativo e intimidatorio; el catalán denunciando al gobierno español como colonizador, responsabilizándolo de todos sus males y a los que disienten como vendepatria. Por su parte, los partidos del actual gobierno (Nuevas Ideas, Gana y Cambio Democrático) son un espejo del catalán: el pasado es condenado sin piedad, pretende “pasar la página” de la historia nacional condenando a “los de siempre” y hace de la comunicación pública no un instrumento de educación, sino de propaganda personal a base de troles y fake news, y tratando de parar la oposición a base de insultos y ahora, denuncias judiciales.

Otra característica común de ambos caso es la falta respeto y frecuente violación a la legalidad tanto constitucional como de las leyes secundarias. En Cataluña esto fue tan grave que han recibido la condena judicial sus líderes principales, y posteriormente las denuncias y juicios por mal uso de los fondos públicos y corrupción se están multiplicando; en nuestro país no hemos llegado a las condenas, en parte porque la Fiscalía General de la República es un verdadero cementerio de denuncias, veladas con un comunicado público luego enterradas, pero, lo que es cierto es que las violaciones a la Constitución y a las leyes secundarias atribuidas en el primer año al gobierno tienen el récord de frecuencia indiscutiblemente.

Por otra parte, tanto el gobierno de Cataluña como el de El Salvador han demostrado una incapacidad grave en el manejo de la pandemia, de tal manera que ambos somos focos importantes de su desarrollo y se nos anuncia que Cataluña en España y El Salvador en Centro América estamos destinados a una crisis económica posepidemia más grave que el resto de nuestros vecinos, pues el informe de CEPAL señala que tendremos la caída del Producto Interno Bruto (PIB) más aguda de toda la región.

En definitiva, tanto los independentistas catalanes como el gobernante salvadoreño se arrogan la calidad de ser ya no solo la representación del pueblo (sin realizar que solo lo son de una parte y en decadencia), sino que pretenden convertirse en la “encarnación” del pueblo mismo, es decir, que lo que se les ocurra hacer, por definición, es lo que el pueblo quiere y que por lo tanto no tienen que darle cuenta de sus actos a nadie en el gobierno.

El resultado tanto en Cataluña común en El Salvador es una crisis muy seria que ya no solo está afectando el sistema político, sino que ataca directamente al sistema económico.

Ojalá que logremos parecernos a Cataluña en las muchas de las virtudes y avances que ha logrado y superemos, tanto ellos como nosotros, la clase de gobernantes que nos ha tocado.