Si una consecuencia les ha producido a los partidos políticos otrora mayoritarios, las elecciones del pasado 3 de febrero, es sin duda alguna una crisis existencial exacerbada, que si bien no comenzó con la victoria del presidente Bukele, sin dudas ésta la exacerbó y probablemente la acelero. No es ningún secreto y es harto evidente, como a estas alturas del año, y ya habiendo tomado posesión del cargo el actual Presidente, dos cosas son plenamente palpables: Por una parte no terminan de administrar internamente los resultados del 3F, y en una mezcla de señalamientos de culpables cruzada, y deseo de seguir en el control del partido por parte de las viejas cúpulas, viven en conspiraciones y descalificaciones internas que hacia afuera son proyectadas y se perciben como luchas de poder que nada tienen que ver con probables o esperables reformas que tengan por objetivo final y claro la democratización interna en el campo de las decisiones que adopta el partido.

Por otro lado también me parece que no encuentran la forma de relacionarse con el presidente Bukele, pues por un lado hay quienes internamente en los partidos pugnan porque se tomen posiciones más “radicales” contra el Presidente, otros sectores más sensatos dentro de los mismos partidos plantean que se debe tener más cabeza fría y no seguir un camino de confrontación con el Presidente, pues consideran que eso pudiera traerles un mayor desgaste y descrédito frente a una importante parte de la población que apoya abrumadoramente al presidente Bukele.

Pero las que yo llamo “crisis existenciales” de los partidocráticos, a pesar que tienen causas comunes y expresiones similares, no se externan o presentan de la misma forma exacta, pues para el caso, en el FMLN lo que vemos en lo interno, además de lo que ya he señalado, es una lucha interna por el control del partido entre dos fuerzas –la tercera prefirió no continuar más con el intento, ya que pudo haber sido convencida de que al que le favorecía su participación era a Óscar Ortiz, pues le divide el voto al “ungido” de la vieja cúpula–, las cuales ya no tienen por norte un fundamento ideológico, pues si quizá en el pasado pudo tener alguna base de este tipo –como aquella competencia en 2004 contra el líder histórico del FMLN Schafick Hándal, adonde de veían al menos tres corrientes ideológicas en contienda–, es a mi ver y parecer hoy día una mera contienda o lucha por el control del partido, así de simple, poder por poder, porque la “sombrilla” partidaria les sirve y la necesitan TODOS, pues el Óscar Ortiz de 2019 no es ni por cerca el Óscar Ortiz de hace 15 años, pues para efectos prácticos durante este quinquenio, él ha sido una especie de Presidente “ejecutivo” de la República, porque le tocó ejecutar las directrices de quien realmente gobernó, el politburó –pues tuvimos un presidente ausente, un Presidente que no fue–. Así explicado, la pugna interna en el FMLN es por el control del instrumento político, simplemente poder por poder. Pare de contar.

Pero del lado de ARENA, la cosa no es menos complicada, pues además de que para ellos son ciertas las dos premisas existenciales que atormentan al Frente en relación a que no han logrado administrar bien la derrota del 3F, y que además no encuentran la forma de relacionarse con el Presidente Bukele, para ellos el debate de estas cuestiones ha trascendido la órbita interna de su partido y se ha instalado en los medios de comunicación y en las redes sociales, por lo cual se han expuesto a una especie de burla y descrédito público, y por tanto a un desgaste considerable aunado al que ya tenían producto del 3F.

Arena no se logra recomponer por varias razones que el Presidente comparte, me imagino: Si quieren ser una opción medianamente viable de poder, deben “reinventarse” ¿Cómo? No tienen idea, pero seguir como han venido hasta ahora, con un anacronismo político de hasta tener un himno ridículo y atrasado, casi de la guerra fría, parece que ese no es el camino idóneo para poder siquiera proyectarse como opción medianamente viable de poder. Caso contrario me parece que Arena está condenada a convertirse en una fuerza irrelevante, reducida a su mínima expresión política, con un cargamento de recuerdos de las glorias pasadas, pero con poca o ninguna injerencia política a futuro. Así pues un nuevo ciclo político se vislumbra y un viejo ciclo político se despide, estamos en el interciclo…