La primera carcajada del Hijo de la Parroquia fue frente al espejo. Hasta los callejones más sórdidos, esos que esconden historias y entierran hombres, huyen de esta ciudad devorándose a sí mismos. Serpenteando siempre entre vecindarios, edificios y bienes raíces, materiales y morales. Escapan de la putrefacción cruda, macabra y oprobiosa que supura ese vientre germinal en donde las sociedades se contonean y ahorcan con sus propios cordones umbilicales hasta su ruina. Abortan, paren y gestan estratos, castas, niveles, medallas, diferencias, pieles y abusadores. Y abusados. Solo para darles vida a todos con el soplo maldito de la indiferencia, la invisibilidad y el sometimiento.

La fetidez moral tiene esa misma cualidad que encontramos hasta en los aromatizadores de los mejores hoteles: oculta toda fetidez. En nuestro caso hablamos de eso que exudan las sociedades moribundas. Aroma acre, yermo y penetrante hasta las lágrimas y que se eleva desde la madre tierra sometida a nuestros pies quien incrédula, inerte y quebradiza, languidece por el hierro de anclas que las ciudades verticales clavan en su sien como disparo mortal. Cosmopólitas colmenas que le succionan la vida; necesitan anclas estas urbes encajonadas en la idea vertical. No sea que se las lleve el viento. Su verticalidad es tan urgente como necesaria. Para huir del tarareo de Fito; para huir de la realidad. Para estar lejos de la basura.

- "...Donde nadie escucha a nadie ...donde todos contra todos."

- Sí, Fito. Donde siempre estamos solos; sobre todo aquí.

Es de uno de esos callejones que mueren lejos y allá abajo que quiero contarles una historia. Más bien deseo meditar, meditar con ustedes sobre uno de los hijos menos predilectos -por hoy- de esta ciudad, de ese callejón. Un olvidado Hijo de Parroquia más, el Guasón.

"Guasón" es sin amagues la mejor película del año. Obra maestra, clásico instantáneo y hasta película de culto. Esa vida absurda y sin sentido que vemos reflejarse cada vez más frecuente en el cine; magnificada para obtener el dramatismo obligado. Todo en ella habla de nosotros. Es como si un interno de Arkham Asylum robara un espejo de Hogwarts para llevarlo al sanatorio a fin de obligarnos a ver hasta nuestros más ínfimos e íntimos detalles de lo que nos hace ser lo que somos. O puesto ahí como experimento social para ver si enloquecemos, nos horrorizamos, reflexionamos o simplemente reímos con la indiferencia de siempre.

Construida en clave de extraordinario 'thriller psicológico', "Guasón" de Todd Phillips es mucho más próxima a "El Silencio de los Inocentes" (Jonathan Demme, 1991) que a "El Caballero de la Noche" (Christopher Nolan, 2008). Sorpende la madurez presente en la primera obra de esta envergadura y género para Phillips si consideramos que saltó a la fama con la comedia "¿Qué Pasó Ayer (The Hangover, 2009)" y de ahí nada más por hacer notar, así que sí. Sorprende que con una agónica filmografía, Warner Brothers, el estudio de Harry Potter, Superman y Batman le haya confiado una cinta relacionada con la franquicia considerada hoy por hoy la joya de la corona del imperio DC Comics. Y qué bueno. A falta de músculo y flácido en comedias Todd Phillips no tuvo otra opción más que reinventarse y resurgir con una obra con todo el linaje de cine independiente. No en balde fue ovacionada por ocho minutos después de su primera presentación en sociedad en el Festival de Cine de Venecia donde terminaría recibiendo el León de Oro a Mejor Película.

A directores como Kubrick, Fellini, Tarkovski, Ozu, Almodóvar, Kurosawa, Cuarón y Bergman les basta su apellido para evocar en nosotros su filmografía y estilo particular de cine. De momento Todd Phillips necesita su nombre completo para ser reconocido. Y no creo que eso cambie. No hay problema. John Ford, Frank Capra, Clint Eastwood nunca tuvieron que tirar su nombre de pila a la basura e igual tienen una impresionante obra que les invito a explorar. Quedarán maravillados. Con la precisión de ellos como cuenta cuentos. Bardos; juglares. No se afanan por pintar sus propios mundos y demonios; por el contrario, son entes que saben de alguna manera que no logro explicar, sumergirse y pulular en esos inframundos del alma y retratarlos sin prestidigitación ni preciosismo. Hablamos de un cine exacto. Como el "Guasón" de Todd Philips.

Ya antes a Joaquín Phoenix le habían invitado a participar del mundo Marvel. No quizo ser Hulk; mucho menos un doctor extraño. Phillips también declinó en incontables ocasiones dirigir una película de esas de súper héroes, explosiones y efectos especiales. Eso de amarrarse a franquicias para repetir el mismo personaje una y otra vez no era para ninguno de los dos. Ambos buscaban una película de bajo presupuesto en el que se pudieran permitir realizar un estudio de personaje como si de una urgente cita con el psiquiatra se tratara. Por suerte junto al guionista Scott Silver ("8 Mile, la calle de los milagros (2002)"; "El Peleador (2010)") parieron este Guasón. Phillips contribuyó con su conocimiento preciso de la comedia; Silver aportó el conflicto y el drama, mientras la construcción perfecta del personaje -casi tocando lo divino- la complementó Phoenix. Para la perfección solo faltaba el espíritu de lo femenino. Lo encontraron en la chelista y compositora originaria de Islandia, Hildur Guðnadóttir.
Así como no pude sacar de mi sistema ni la película ni la actuación de Phoenix, tampoco la música ha dejado de tocar en mi cabeza. Es penetrante; taladrante hasta el corazón. Me ha resultado imposible conciliar esa naturaleza pacífica que nos relatan de los islandeses, uno de los países con menor índice de criminalidad en el mundo, con la trepidante, gloriosa y plomiza partitura. Desde los primeros acordes escuchados en el consultorio sin fe ni alegría de la asistente social Hoyt hasta el apoteósico alumbramiento de el Guasón en donde aún esos tambores vikingos suenan como grito de guerra o marcha triunfal anunciando un parto helado y el producto de su alumbramiento: Un nuevo agente del caos. Debería ganar como cuando en 2010 Trent Reznor (The Social Network, David Fincher) arrasó con las formas tradicionales y académicas de las bandas sonoras típicas de Hollywood. Guðnadóttir no solo debería recibir candidatura al Oscar sino llevarse una estatuilla a casa para seguir golpeando esos tambores de guerra.

Al igual que en "Oliver Twist, o El Hijo de La Parroquia" del novelista Charles Dickens, sátiro del alma y las sociedades afanadas en la rampante industrialización de la era victoriana, el protagonista de "Guasón" es un niño; Joaquín Phoenix es Arthur Fleck quien hace las veces de Oliverio Twist lanzado una vez más a fauces hambrientas para ver si su inocencia y bondad son deglutidas sin misericordia alguna por ese invisible e insaciable monstruo eterno llamado civilización. En la novela de Dickens la luz del protagonista jamás puede ser opacada; nunca llega a ser destruida ni mucho menos transmutada en caos. "Joker" juega con esa premisa como si de Sísifo se tratara.

Este camaleónico actor nos deslumbró desde el inicio de su carrera con su casi patológico y obsesivo perfeccionismo, en cintas como "Parenthood (Ron Howard, 1989)", "To Die For (Gus Van Sant, 1995)", "U Turn (Oliver Stone, 1997)", "Gladiador (Ridley Scott, 2000)", "Walk the Line" (James Mangold, 2005)", "The Master (2012)" y "Inherent Vice (2014)", ambas de PT Anderson y, quizás su segunda más icónica interpretación hasta ahora, "Her (Spike Jonze, 2013).

¿De dónde saca entonces "Guasón" su locura y violencia? Del hogar y los callejones perdidos. De la sociedad. De su Genio interior alimentado con papilla de carne molida a golpes, rechazo y burlas; nutrientes perversos desde siempre de las sociedades más primitivas que sobreviven toda pos modernidad. Y acá es donde entra el genio de Phoenix. Quizás con sus propias historias de dolor. Me preguntaré siempre, cuando nos cuentan de la negligencia sufrida en esas pinceladas de ficción que retratan a un niño violentado y amarrado a un radiador de la calefacción del hogar, si para la construcción de el Guasón, jugaron un rol importante sus días como miembro del culto "Los Niños de Dios" al cual pertenecían sus padres "hippies" y que le llevaron a él a nacer en Puerto Rico, a su hermana en Venezuela y a toda la familia a recorrer en los Setenta toda Suramérica. Quisiera preguntárselo -en castellano- a la cara de Joaquín Rafael Phoenix.

La risa sicópata, tick incapaz de ser controlado, no es el único distintivo de este Joker. A lo realizado anteriormente por actores de la talla de César Romero, Jack Nicholson, Mark Hamill y Heath Ledger, Phoenix agrega un distintivo elemento nuevo y quizás, el responsable de haber superado -en apreciación inmediata- a sus pares: La Danza.

Phoenix construye una danza bucólica, errante, errática, circular y amorfa. Entre el mito, el rito y la evolución. Una semilla/cuerpo/materia que se rompe para dejar salir el embrión que se gestaba en su interior. Simiente del cual emerge un brote dicotiledóneo de ezquizofrenia y muy poca bondad todavía. Al principio es solo es un filamento buscando nutrirse de algo; es una danza que busca energía vital con maquiavélica parsimonia, equilibrio y belleza. Expuesta al mundo. ¿Se ha preguntado el origen de sus contorsiones al danzar? Vean sus hombros. Cómo emerge para pronto arrepentirse de exoonerse a la luz. Teme. Ríe; llora. Su danza no es más que la interpretación musical que vemos en toda persona vapuleada tirada en el suelo, no teniendo más que su esqueleto para como feto, sobrevivir esos estertores de parto.

- Sonríe. Aunque te duela corazón. Sonríe. A pesar que esté roto.

De ahí que respete a quienes mostraron bondad cuando aún era un afligido Arthur Fleck quien genuinamente en su vida tenía una tan sola aspiración: "hacer reír y llevar felicidad al mundo." Nada más. ¿Qué hacemos con esas estirpes a punto de extinguirse? Fleck responde. Contundente. Los convertimos en símbolos torcidos de un nihilismo incontrolable como risa patológica; sociópatas. Aunque no lo crean, Joaquin Phoenix no la tiene fácil para ganar el Oscar. Debe imponerse a dos Papas. Sir Anthony Hopkins uno de ellos; Jonathan Pryce el otro; el más fuerte de los dos. También deberá enfrentar a Adam Driver. Pero creo que al final Phoenix se impondrá.

Mucho se ha hablado de la violencia de la película pero seamos sinceros. ¿De qué violencia hablamos?, ¿Cuál condenamos?, ¿Cuál nos asquea? ¿La del Guasón y sus seguidores? ¿O la que reiteradamente recibe Arthur Fleck? Desde la de su madre y padrastro, la de cada parroquiano, hasta la de un insospechado Thomas Wayne a quien el cine siempre nos lo había prefigurado como adalid protector de moral y virtud, pero hoy Phillips lo presenta como un Saturno más de Ciudad Gótica devorando a sus hijos; uno de ellos terminará como prodiga alma, simplemente catalizando de forma majestuosa toda violencia de su vida.

Usted lo sabe. Sabe de dónde saca este personaje su violencia. Esa es la tristeza de esos prometeos que creamos insistemente generación tras generación. Por eso tomar su Guasón como excusa para expresar resentimientos es volver a abusar de Arthur Frekle; volver a atarlo a un radiador. Engañarlo hasta la decepción más profunda. Convertirlo en lo que admiramos pero solo para escondernos nosotros mismos tras su máscara sin el valor de actuar tras nuestras propias máscaras en estos tiempos de contradicciones.

Porque así, en prosa y sin poesía muestro a continuación el sentido ambigüo, ambivalente y contradictorio de estos días del cual también se elimente esta historia. En lugar de agradecer a la Fábrica de Oropel que en poco menos de diez años tengamos dos interpretaciones de un mismo personaje simplemente inolvidables, polarizamos y seguimos excluyendo; obligando a tomar partido por Ledger o Phoenix, cuando en realidad se los explico, éste no es más que la extensión del primero. Viendo una tras otra, en permanencia voluntaria, "El Caballero de la Noche" y "Guasón" espero concuerden conmigo en esto: El Joker de Joaquín Phoenex no es más que la implosión violenta de toda una vida hasta destruir la última partícula que pudiera quedar de Arthur Fleck.

Ledger es la explosión manifiesta hacia el exterior; hacia las calles y callejones perdidos de ciudades como Ciudad Gótica en donde sus venas son callejones sórdidos donde caen abatidos todos los que no son capaces de sobrevivir en ningún gueto. Al final será el mundo circundante alrededor de nosotros, que oscila como péndulo con guadañas en su filo, el que determine nuestro destino si no queremos tomarlo con nuestras propias manos o peor aún, si lo entregamos a la locura de los tiempos. Es en urbes como Ciudad Gótica donde las escaleras llevan al gueto. Al cielo se sube en elevador.