Ayer publicamos una historia conmovedora sobre una familia que ha tenido que huir de las pandillas durante cuatro años. Es una historia horrible que ilustra el fenómeno del desplazamiento forzoso que tanto se empeñó en negar el gobierno anterior, nacional e internacionalmente.

A esta familia la desplazaron por igual las dos pandillas en diversas regiones del país; no recibió el apoyo de entidades gubernamentales ni de organizaciones no gubernamentales. Sus niñas reportaron abusos mientras estaban en un albergue de un ONG que no atendió sus quejas. ¡Toda una pesadilla, un verdadero calvario!

Les aseguro que las historias que cuenta Amalia se multiplican en el país por miles. Es una cruda realidad que se vive en casi todo el territorio y muchos han sido empujados a migrar ilegalmente hacia Estados Unidos por esta razón. Este es el tipo de gente que huye en las caravanas migratorias, porque no tienen nada que perder y porque todo ya lo han perdido.

La familia dice que han tenido que pasar noches en la calle y recurren a las delegaciones policiales, para sentirse resguardados.

Les han pagado alojamientos en hoteles y eso está bien pero esta familia no quería asistencialismo -eso es temporal y se acaba rápido- ellos querían ayuda para reiniciar sus vidas y convertirse en seres productivos; sin embargo ha sido imposible lograrlo. La Dirección de Atención a Víctimas finalmente los ha acogido, pero hay que tener claro que este tipo de casos abundan y un programa de reasentamiento productivo podría ser una solución permanente.

Este es el tipo de hechos que desafían la seguridad pública; más allá de estadísticas, hay familias que siguen huyendo y la lucha del Gobierno y de la sociedad tiene que ser lograr que todos tengamos certidumbre de no tener que huir.