Perderse en algunas calles de El Salvador puede ser un error fatal. Hace un par de años, un colega entró a la calle equivocada para una cobertura periodística y un grupo de pandilleros estuvieron a punto de asesinarlo. Lo arrodillaron, lo interrogaron y cuando se dieron cuenta que era periodista, los delincuentes hicieron una llamada y luego de una conversación intimidante, lo dejaron ir no sin antes robarle dinero y otras cosas. Recordé la anécdota hace unos días que me perdí en una zona del norte de la capital y me advirtieron que la calle equivocada podía ser demasiado peligrosa. Lo peor es que la advertencia me la hizo un agente de la Policía Nacional Civil al que le pregunté orientación sobre dónde iba.

La inseguridad sigue siendo una constante para miles de salvadoreños. Más allá de las estadísticas de homicidios que han bajado, la gente sigue sufriendo asedio, acoso, amenazas, extorsiones y, en el peor de los casos, asesinatos, desapariciones. Las historias de jovencitas violadas por parte de pandilleros son demasiado frecuentes como dolorosas para ellas, sus familias y para la sociedad entera.

El fin de semana supe de una familia de la zona rural que tuvo que irse del país. Los pandilleros los habían amenazado en una comunidad de la zona de La Libertad y tuvieron que irse a la zona de Ahuachapán para intentar rehacer sus vidas. Hasta allá llegaron las amenazas. Eran agricultores modestos, una familia muy religiosa que no permitió que sus hijos adolescentes entraran a pandillas o que sus hijas fueran abusadas por estos. Vivían en la “calle equivocada”. Así de triste es la inseguridad que vivimos.