La inseguridad sigue siendo una constante para miles de salvadoreños. Más allá de las estadísticas de homicidios que han bajado, la gente sigue sufriendo asedio, acoso, amenazas, extorsiones y, en el peor de los casos, asesinatos, desapariciones. Las historias de jovencitas violadas por parte de pandilleros son demasiado frecuentes como dolorosas para ellas, sus familias y para la sociedad entera.
El fin de semana supe de una familia de la zona rural que tuvo que irse del país. Los pandilleros los habían amenazado en una comunidad de la zona de La Libertad y tuvieron que irse a la zona de Ahuachapán para intentar rehacer sus vidas. Hasta allá llegaron las amenazas. Eran agricultores modestos, una familia muy religiosa que no permitió que sus hijos adolescentes entraran a pandillas o que sus hijas fueran abusadas por estos. Vivían en la “calle equivocada”. Así de triste es la inseguridad que vivimos.