Esta columna de opinión, con más o menos aciertos, se escribe días antes de ser publicada, por lo que al momento de su redacción la semana pasada, era imposible analizar los resultados que este lunes son ya una realidad, al menos parcial, si es que no se están impugnando la totalidad de los mismos, como seguramente lo harán algunas de las fuerzas políticas en pugna.

En pugna, esa es precisamente la realidad que se ha impuesto en los mensajes de propaganda que durante dos meses recibimos los salvadoreños. La existencia de una batalla que incluso tuvo consecuencias fatales y muy pocas ideas o argumentos. Los que mucho se echan en falta y particularmente en esta época, cuando la nueva idea –como ya lo he dicho- consiste en no tener ninguna.

Así las cosas, los resultados que ahora celebran unos, lamentarán otros y cuestionará el resto, son una consecuencia de un periodo de campaña preelectoral cuyos protagonistas se mostraron, en la mejor pose que el cartel publicitario o el video les permitió, siempre sonrientes y realizando las actividades personales más variadas: desde el gimnasio de boxeo por parte del ya senil candidato de izquierda a la alcaldía capitalina, hasta los bailes en la azotea de una ministra del gobierno que aspira a la legislatura, sin faltar el alcalde capitalino, que competía por su re elección, derrochando testosterona en medio de su rutina de ejercicios, queriendo dar –supongo- un mensaje de fuerza superior a la de sus adversario en la competencia por la comuna.

Con estos y otros ejemplos, se esperaba que los salvadoreños tuvieran una clara idea de las personas o partidos por quienes votar, privilegiando de paso porque algo había que decir, la idea de la democracia y de la institucionalidad por parte de la oposición, o apostándole a la obediencia y la cohesión con el presidente, según lo declararon a los cuatro vientos los candidatos oficialistas. Ninguno de los extremos encontrados políticamente, sugirió la realización sostenida de debates públicos en torno a problemas reales que afectan al país, y que no han variado a lo largo de las posguerra, temas que no se resuelven posando o actuando, tales como el desempleo, la violencia, la salud, migración, inclusión social, etc.

Pero esta falta de propuestas, se sumó a una creciente polarización alimentada y alentada por el mandatario, siendo este uno de los principales rasgos de la campaña, en la que al votante no se le invitó a votar “por alguien” sino más bien “contra alguien”, como ya se dijo más arriba, en una pugna permanente, como si al país pudiera dividírsele a partir de hoy, en parcelas o en colores, como lo hacían los antiguos manuales de geografía.

Toda esa maraña de voces e imágenes precedieron a la “fiesta cívica” del domingo. Este ruido político en el que las voces estridentes fueron las que más sonaron y las más inteligentes –que las hay en casi todos los partidos- se limitaron a murmurar, a esporádicas apariciones en programas de opinión y a seguir el guion impuesto por la dirigencia del partido o de Casa Presidencial, cuyo inquilino por cierto, logro convertirse en el candidato virtual y omnipresente a lo largo de toda la campaña, a pesar de que no tiene ni siquiera dos años en el poder.

Finalmente, no puedo dejar de recordar que este proceso electoral que seguramente va a prolongarse, con suerte, a lo largo de la semana, ha estado plagado de restricciones al ejercicio del periodismo, al acceso a la información pública y a la participación de otros actores que desde la sociedad civil o del mismo Estado, tienen la vocación o la obligación de vigilar el ejercicio de las potestades gubernamentales.

La “fiesta cívica” a la que tantas veces se alude, ha ido quedando cada vez más en manos de políticos digamos que profesionales, y menos en manos de quienes son sus principales destinatarios: los ciudadanos que acuden a votar cada tres o cinco años, con la esperanza de que –esta vez si- los elegidos honren el voto de confianza que se les ha brindado. Ojalá aprendiéramos las lecciones de nuestra propia historia, ojalá tuviéramos políticos a la altura de los retos que nos esperan, ya, a la vuelta de la esquina. Hoy.