Este 8 de marzo conmemoramos un año más el Día Internacional de la Mujer, y alrededor de esta fecha hay gran movilización en El Salvador y en todo el mundo: marchas, caminatas, caravanas, acciones públicas diversas, conferencias, capacitaciones, charlas, declaraciones a la prensa, entrevistas, reportajes, artículos, discursos, pronunciamientos, acciones simbólicas, foros, debates, expresiones artísticas, rituales, encuentros, una gama amplia de manifestaciones públicas sobre los Derechos Humanos y la violencia contra las mujeres.

Desde hace ya algunos años en oficinas públicas, empresas privadas y en diferentes centros de trabajo e incluso en espacios públicos diversos y en medios de comunicación se expresan saludos a las mujeres, rosas, ramos florales y diversas formas de felicitaciones a las mujeres en su día, también el comercio se asoma, todavía con timidez, con promociones y ofertas para las mujeres.

Es interesante como poco a poco el 8 de marzo se ha ido haciendo más familiar en diversos espacios como un día de festividad y felicitaciones, incluso hasta para las organizaciones de mujeres en algunas de las acciones, con colorido, batucadas, expresiones artísticas y demás.

Hasta el oportunismo político aprovecha el momento para su demagogia y populismo, levantando banderas reivindicativas de los derechos de las mujeres y vaciándolas de contenido, las levanta como globos, con aire pero muy coloridos y vistosos, para envolvernos en su vaivén.

Esta familiaridad con la que se ha ido viendo poco a poco el 8 de marzo, tiene una singular importancia al irse abriendo paso en el imaginario colectivo y no ser una conmemoración de exclusividad de las organizaciones de mujeres y feministas, pero también si no se recupera la memoria histórica del surgimiento del 8 de marzo, la trayectoria de lucha, su verdadero significado, si no se orienta y se alimenta de contenido con un enfoque de compromiso y corresponsabilidad que tenemos todas las personas en la plena vigencia de los derechos humanos de las mujeres, corre el riesgo de perder consistencia, volverse trivial, ahuecado, sin profundidad, sin punto de partida y punto de llegada.

La brutal violencia que nos envuelve, con especial saña misógina contra mujeres de todas las edades, no puede ni debe servir para “endurecer nuestro corazón”, desesperarnos y desesperanzarnos, sino que nos debe hacer reflexionar sobre nuestro paso por la vida, sobre nuestro caminar, ¿caminamos? ¿“Hacemos camino al andar”?, ¿tienen rumbo nuestros pasos?, ¿hacia dónde?, ¿tienen punto de partida y de llegada?.

Nos preguntamos ¿hacia dónde nos dirigimos y cómo dirigimos nuestro caminar?

No podemos ir por la vida sin asumirnos como parte de la humanidad, parte responsable y corresponsable de lo que construimos, de lo que destruimos, de lo que deconstruimos para construir y edificar, ¿sobre la nada, sobre lo incierto, sobre la roca?.

La violencia contra las mujeres no es un cliché, una estadística, una nota periodística, o incluso una moda, ¡no! La violencia contra las mujeres es una realidad que nos incumbe a todas y todos, que nos involucra, nos golpea, nos cuestiona y nos debería de indignar a todas y todos.

Pero debemos pasar de la mera indignación a la acción, antes que la indignación se banalice y nos conduzca al letargo, a la inercia, a la inacción.

Pasar de la indignación a la acción, nos compromete a ver más allá de nuestro círculo cercano, a vernos interiormente, y más que ver a observar nuestros actos, nuestras expresiones, nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestras omisiones y entonces preguntarse ¿dónde se ubica Usted en relación a la violencia contra las mujeres de todas las edades? Si cree que la tarea está hecha y ya cumplió con no violentar y ya, ¡preocúpese y levántese, porque está muy lejos de ello!

Reflexione y actúe transformadoramente, pase de la indignación a la acción, teniendo presente estas sabias y profundas palabras: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena.” (Mahatma Gandhi). “Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos.” (Martin Luther King).