Esta semana llega a su fin la que luego podrá ser conocida como “la oscura era Trump”, tanto para los Estados Unidos como para el mundo, fue un tiempo de ruptura institucional, plagada de contradicciones, de negación constante de hechos evidentes y de ataque a derechos y libertades que también ha afectado a los salvadoreños que viven en su territorio, independientemente del estatus migratorio, ya que la Presidencia que está por concluir, se caracterizó también –digámoslo claramente - por el racismo de su titular y por el efecto multiplicador que su discurso de odio y segregación también tuvo, entre algunos de los sectores más retrógrados de la sociedad estadounidense.

Las que habían sido características de gobiernos republicanos recientes: una diplomacia inteligente, la promoción del libre comercio y la construcción de alianzas estratégicas en beneficio de la seguridad regional y hemisférica, cedió con la llegada de Trump, a un gobierno más ocupado en impulsar un proceso de involución, que ha dejado al pueblo estadounidense con más enemigos y problemas en el mundo, y en la región centroamericana con al menos tres aprendices de dictadores que, hoy por hoy, parecen diferenciarse muy poco –al menos a nivel de discurso político- del mismo gobernante saliente.

Esta ruptura de una tradición democrática, imperfecta ciertamente, pero que había avanzado progresivamente en el reconocimiento de los ámbitos de libertades ciudadanas y de controles en el abuso del poder, parece hoy sumida en un mar de contradicciones internas, acentuadas por un odio que no existía antes, basta ver los programas de opinión y las entrevistas que en todas partes se transmiten, en particular cuando se refieren a la irrupción en el Congreso de una turba vociferante hace dos semanas, o las que tratan sobre el segundo juicio político que enfrenta el ya casi ex mandatario.

Se ha dejado de lado la cultura del debate, el intercambio sereno y civilizado de diferentes puntos de vista, el aprecio por la diversidad, o como lo llamaría Hannah Arendt para el ámbito público: por “la pluralidad” que es consustancial al quehacer político, si es que no se quiere retroceder a la edad de piedra de la humanidad, cuando solo la fuerza y la satisfacción de necesidades inmediatas e individuales tenían preeminencia frente a los demás.

La satisfacción por el fin de la era Trump no es compartida por todo el mundo, y no podía ser de otra forma, pero tan peligrosa como la posibilidad de que esta se prolongue un día más fuera de su mandato, es el excesivo optimismo de algunos, que dentro o fuera de la sociedad estadounidense, ven con satisfacción y como única solución a los males de la época, la salida de este personaje que ha sido llamado por uno de sus más cercanos ex colaboradores: “una aberración del sistema político estadounidense”.

A Donald Trump lo apoyaron más de 70 millones de votantes en las últimas elecciones, y su candidatura en esta reelección fallida le permitió al Partido Republicano no solo aumentar el número de sus afiliados, sino que a la vez, alcanzar por lo menos catorce millones más de votos que en la anterior elección, una cifra record si se compara con eventos similares en el pasado.

Si se presta atención a sus últimos discursos, el derrotado Trump ya no habla de su partido, habla “del movimiento” que le apoya, y que reúne a grupos extremistas de todo tipo, desde anarquistas hasta supremacistas blancos, una jauría descerebrada similar a las que también vemos aquí, pero con la diferencia que también le apoyan una mayoría de personas decentes y normales, que no han estado satisfechas con las administraciones del Partido Demócrata. Además, vale la pena tener recordar que el 35 por ciento de los votantes de Trump fueron latinos. ¿Cómo explicar esto?

A todos los que querían seguir viviendo bajo una administración racista y que apostaba por una supuesta grandeza nacional, basada en la exclusión y en el conflicto permanente, ya no es necesario vencerlos, ahora se necesita convencerlos, con razones y con hechos, de las bondades del dialogo permanente, de la solidaridad entre todos los grupos humanos, de la construcción del futuro basada en la igualdad de oportunidades y en el uso racional de los recursos que la naturaleza, la inteligencia humana y la ciencia ponen a nuestra disposición: desde alimentos hasta vacunas, desde la vivienda digna hasta más calles seguras. No olvidemos que hay millones de estadounidenses que también poseen pasaportes centroamericanos.