Hace un par de décadas leí un pronóstico apocalíptico sobre Centroamérica. Decía que las próximas conflagraciones armadas estarían motivadas por la escasez de agua de consumo humano. Francamente, me pareció una exageración. Son el tipo de pronósticos catastróficos que los servicios de inteligencia suelen mostrar como el “peor escenario posible”.

Con el paso de los años, en El Salvador vemos cómo el problema del agua se está convirtiendo en quizás un problema social tan grande como la seguridad pública. La semana pasada hemos visto tres bloqueos de importantes tramos de carreteras por protestas de pobladores que se quejan de la falta de agua en sus vecindarios.

También la semana pasada, el tema del agua fue el centro de una interpelación legislativa, un mecanismo de juicio político que no habíamos visto desde 1997 en la Asamblea Legislativa. Ahí vimos patinar a los titulares de Salud y de ANDA, intentando justificarse y echar culpas al pasado. También vimos patinar a los diputados porque se centraron más en el asunto político que en el técnico.

Lo más dramático fue la confirmación de los funcionarios de lo dicho por el presidente Bukele: el agua que sirve ANDA no es apta para el consumo humano, no es potable pues. Para tomar agua necesitamos comprar agua purificada o pasarla a través de un filtro. No estamos en una guerra por agua como decían los pronósticos, pero vean ustedes como esto se convirtió en el centro de una batalla política y cuando eso sucede, muy pocos problemas se resuelven. Las discusiones se prolongan y la población no ve soluciones inmediatas.

Mientras tanto, haga usted el ejercicio. Pregunte a diez personas que usted conozca si tienen problemas de abastecimiento de agua en su casa y desde cuando. Se asustará de las respuestas. Esto urge solución antes que los pronósticos catastróficos se conviertan en realidad.