Para explicarse muchos de los actos de gobierno, que parecen ser improvisados o sacados de un sombrero mágico, el ciudadano pensante, en ausencia de información oficial responsable, no tiene más alternativa que tratar de ver más allá de lo que se presenta ante sus ojos. Para ello tendrá que poner atención a lo que hacen y dicen quienes gravitan alrededor de la cabeza visible del poder, con la honesta salvedad de que podría bien equivocarse o bien acertar en la diana o mucho acercarse a ella.

Recientemente un medio digital publicó los pormenores de una reunión a la cual asistieron personajes que, presuntamente, integran un peculiar círculo de allegados al Gobierno.

Lo primero que salta a la vista no es precisamente quiénes participaron en el convite, sino quiénes no asistieron a él, porque no quisieron o porque no fueron invitados. En todo caso, ninguno de ellos figura como integrante de los organigramas de la alta burocracia estatal. Se trata, pues, de un nuevo grupo.

Este convivio puede significar la intención de amigos de divertirse juntos, para intercambiar a la orilla de una piscina, ideas e iniciativas válidas para el tiempo que media entre un fin de semana y otro, o para trazar mapas de ruta de la futura convergencia de intereses que teóricamente se proyectaría para los próximos cinco años de Gobierno. Sin ánimo de incurrir en teorías conspirativas, lo dicho y hecho en esta reunión parece estar muy lejos de ser comparado con el acuerdo tomado por un consejo de ministros, pero sí puede despertar sospechas de que podría acarrear consigo los efectos de una decisión supraestatal.

Los anfitriones y convidados, entre quienes se hallan conocidos financistas extrabancarios y náufragos de conocidos partidos políticos, así como exfuncionarios públicos, parecen haberse convertido en una nueva élite que se mueve en los entretelones del poder político actual, con nuevos papeles e igualmente nuevas expectativas de cara al quinquenio que ahora comienza.

Dirán algunos que, en la articulación del funcionamiento de la administración pública, es lícito implementar estructuras formales e informales. Lo que se objeta es cuánta incidencia tendrán las decisiones políticas tomadas con base en el interés público o en los intereses privados. En otras palabras, la gran interrogante es ¿cómo pueden armonizarse las actuaciones y propósitos de un grupo informal, como este, con la gestión institucional del Gobierno…?

Para la mayoría de ciudadanos esto plantea la incógnita de cómo puede funcionar con tal dualidad de engranajes ---formales e informales-, una sola voluntad de poder, supuestamente orientada al bien común. ¿Cuál es el juego, cómo se hace y qué consecuencias acarrea para mí, el ciudadano corriente…? Esto de la dualidad de intereses y desempeños reales también implica el problema del eventual choque de propósitos del poder paragubernamental y del institucional, en ocasión, por ejemplo, de licitaciones públicas, contrataciones de servicios y pagos por obras inconclusas como ocurrió en el período de Funes, cuando se pagaron sumas exorbitantes por anticipos de obras por realizar, como en el caso de la represa El Chaparral.

¿Estaría dispuesto el ministro de un gabinete legítimamente investido a renunciar a su cargo y a declarar la verdad de sus motivos, cuando se le obligue o sugiera a que haga algo fuera de la ley, por una orden tuiteada por un presidente…?

Aparte de las risas y sonrisas que arrancaron en aquella reunión las ocurrencias de la “sexóloga” Deborah Penélope ¿qué más se decidió en lo que pudo haber sido sólo una concurrencia dionisíaca de “finde” o, por otra parte, un aquelarre inductor de sueños y ensueños? ¿Tendremos los salvadoreños, en este quinquenio, el despertar de la Bella Durmiente o de aquel kafkiano insecto llamado Gregorio Samsa…?