Puede parecer abusivo que un abogado encabece un artículo con semejante título, y peor aún, que en otro escriba “… vemos la actitud acrítica, fanática, con que algunos economistas y dirigentes empresariales defienden a capa y espada un neo liberalismo a ultranza, una política de austeridad del gasto público igual, una privatización hasta de los servicios públicos esenciales, una garduña de privilegios y exenciones fiscales, una reducción de impuestos al capital… ¡pero subiendo el IVA! Es el mundo paralelo de una visión económica propia de los años 80, ya cuestionada por economistas nobel, por los mejores institutos y universidades del mundo y, al menos en teoría, hasta por los mismos organismos financieros internacionales que la patrocinaron.”

Joseph Stiglitz, Nóbel 2006 en Economía por sus análisis de mercados e información asimétrica, sin saberlo, me da una mano. En artículo publicado apenas el pasado 30 de mayo, en Proyect Syndicate la página mundial de opinión, inicia: “¿Qué tipo de sistema económico es más conducente al bienestar humano? Esa pregunta ha llegado a definir la época actual porque, después de 40 años de neoliberalismo en Estados Unidos y en otras economías avanzadas, sabemos lo que no funciona.”

El “experimento neoliberal (–impuestos más bajos para los ricos, desregulación de los mercados laboral y de productos, financiarización y globalización-)” nos dice Stiglitz, “Después de décadas de ingresos estancados o inclusive en caída para quienes están por abajo, el neoliberalismo debe decretarse muerto y enterrado.” ¡Cuánta distancia entre ese pensamiento y los elogios, aplausos, jaculatorias y rogatorias que escuchamos en nuestro país, pidiendo la aplicación de más y más medidas propias de ese experimento que “debe decretarse muerto y enterrado”! Bueno, la distancia entre ambos pensamientos es de 50 años, más o menos, que, en estos tiempos de internet, fibra óptica y 5G, bien puede considerarse mucho más que un siglo.

Tres son, según el artículo de Stiglitz, las ideologías políticas que se disputan la sucesión del experimento que debe decretarse muerto: el nacionalismo de extrema derecha, el reformismo de centroizquierda y la izquierda progresista.

Luego de explicar las limitaciones de las dos primeras, el autor se decanta por la tercera, que defiende lo que él llama “capitalismo progresista”. Ésta, señala, establece cuatro prioridades: (1ª) restablecer el equilibrio entre los mercados, el estado y la sociedad civil; (2ª) reconocer que la “riqueza de las naciones” es el resultado de la investigación científica –aprender sobre el mundo que nos rodea- y de la organización social que permite que grandes grupos de personas trabajen juntos para el bien común; (3ª) abordar el creciente problema del poder de mercado concentrado, y (4ª) disociar el poder económico de la influencia política.

Si partimos de que la pregunta inicial “ha llegado a definir la época actual”, estamos hablando de cosas muy serias. Entonces llama la atención que dos de esas prioridades, (1ª y 3ª), están directamente vinculadas a las funciones de una autónoma tan poco apreciada en El Salvador, que en una ocasión se la dejó 10 meses sin titular; que ocupa uno de los renglones más bajos en el presupuesto del Estado y cuenta con menor número de personal; una autónoma cuyas tareas son, precisamente, entre otras, establecer equilibrio entre mercado, sociedad civil y Estado, y enfrentar el problema del poder de mercado concentrado. (No retomo textualmente “creciente problema del poder de mercado concentrado” porque, hoy por hoy, en nuestro querido El Salvador el poder de mercado concentrado difícilmente puede crecer más).

La autónoma a que me refiero se llama Superintendencia de Competencia, en donde trabajé y por eso hablo con conocimiento de causa. Esperemos que el nuevo gobierno comprenda la importancia de esa institución. Ha designado Superintendente a un profesional que tiene todas las credenciales para presidirla; ahora falta que destine los recursos humanos y financieros necesarios para desarrollar a plenitud su importante tarea, sobre todo si pretende enfrentar el estancamiento de nuestra economía desde que, entre 1992 y 2001, le aplicaron, sin anestesia, el experimento neoliberal.

Un ensayo del economista salvadoreño Luis René Cáceres, abunda en el análisis de las consecuencias macro y micro económicas, así como sociales, que la aplicación de esas medidas ha traído a El Salvador.

Me pregunto ¿Cómo es que los economistas ni la academia promueven esta crucial discusión en El Salvador?