El país no termina de reponerse de un conflicto cuando ya se inicia el siguiente, avivado por las diferencias políticas o históricas, como si estás convirtieran al interlocutor en un enemigo y no en el contrincante con el que se comparten las mismas convicciones democráticas.

Y quizás sean estas últimas las que han faltado, en ese diálogo de sordos que se ha prolongado en demasía durante los últimos meses: el olvido de un cierto “pudor o sentido democrático” que a la par de las formas, asegura un contenido en las decisiones para así orientarlas hacia el bien común.

Lejos de esto, la réplica incisiva da paso a una respuesta más agresiva de uno u otro órgano de Estado, mostrándole a la población la inutilidad de un diálogo de sordos, y la imposibilidad de construir gobernabilidad a partir de acuerdos tan necesarios en medio de la pandemia. Esta situación espanta en los mercados internacionales, afecta en forma negativa la imagen de nuestro país, a la vez que reduce las oportunidades de cooperación financiera para salir del grave problema económico en ciernes.

A la par de nuevos préstamos y convenios, se ha vuelto urgente encontrar liderazgos responsables, voceros que acerquen posiciones y con voluntad conciliadora para que ayuden en la búsqueda de verdaderas soluciones y no para crear más problemas.

Reducir la conflictividad política es apenas el primer paso, pero es fundamental para sacar al país del atolladero en que se encuentra.