A seis días de la elección y con 290 votos electorales de los 270 necesarios para ser proclamado presidente de los Estados Unidos, el demócrata Joe Biden ha sido confirmado como el presidente electo número 46 de la Unión Americana.

Por delante se perfilan desafiantes retos para el nuevo inquilino de la Casa Blanca, desde la unificación de una sociedad fragmentada y polarizada por el discurso incendiario promovido por la administración Trump, hasta el liderazgo global en asuntos tan importantes como la apuesta por el multilateralismo y el cambio climático. Pero en esta columna me quiero referir a las expectativas sobre el nuevo gobierno demócrata en su relación con El Salvador, y particularmente, con la defensa de las instituciones de la democracia en el gobierno del presidente Nayib Bukele.

Estados Unidos ha expresado su preocupación por El Salvador de Bukele. Contundentes misivas dirigidas por republicanos y demócratas en el Congreso norteamericano respaldan que, en Washington D.C., la gestión del presidente salvadoreño es monitoreada con especial atención. Desde la intervención militar de la Asamblea Legislativa el pasado mes de febrero, pasando por el acoso a la prensa independiente y la negociación con las pandillas, son temas que forman parte de la agenda que ha sido expuesta con preocupación por los congresistas estadounidenses al gobierno salvadoreño a través de dos misivas diplomáticas el pasado mes de septiembre.

Uno de los firmantes de este grupo bipartisano de políticos fue el influyente senador demócrata por Vermont, Patrick Leahy, quien en su cuenta de Twitter publicó: “La ayuda de Estados Unidos a El Salvador se basa en un compromiso con valores compartidos, incluida la libertad de prensa. Si falta ese compromiso, tenemos la responsabilidad de responder”, destacó Leahy en su texto en septiembre. Un llamado de atención que congresistas republicanos también respaldaron al señalar que evidenciaban en El Salvador: “un lento pero claro debilitamiento del Estado de Derecho y las normas democráticas por las cuales el hemisferio ha luchado por preservar”.

En este contexto de alarmas se produce un giro que podría ser clave en la relación de poder entre la Casa Blanca con Bukele. Biden ha llegado a desplazar del mando a Donald Trump, quien hasta ahora ha sido considerado por el gobierno salvadoreño como un aliado, y que en la práctica, efectivamente, no ha ejercido críticas desde Washington D. C., sobre las acciones políticas de la gestión Bukele, haciendo caso omiso a lo que desde la mirada de la política en el congreso norteamericano se trata de acciones que menoscaban los principios fundamentales de la democracia salvadoreña, como el acoso a la libertad de prensa y el irrespeto por la división de poderes.

Con un respaldo popular sin precedentes, Nayib Bukele ejerce su poder cubierto de legitimidad, sin controles institucionales efectivos y en ausencia de una oposición política sólida y sostenible en el tiempo, lo que lo ha conducido a gobernar de manera unilateral, de espaldas a los acuerdos políticos, los consensos, las normas y los límites. Quedando agotados de manera doméstica los controles que podrían contener abusos del poder, en Estados Unidos se gesta un cambio político liderado por fuerzas que, hasta donde se ha conocido, están interesadas en ejercer control y establecer una nueva relación con el gobierno de El Salvador, basada en los principios del respeto por la democracia y los derechos humanos.

En concreto, lo que tenemos por adelante son expectativas. Más allá de los hechos expuestos en esta columna, nada nos garantiza que los términos de la relación entre el gobierno de Biden con la gestión del presidente Bukele serán radicalmente distintos, pero sí podemos advertir que son necesarios, a partir de mayo de 2021, el oficialismo podría consolidarse con una Asamblea Legislativa mayoritariamente de Nuevas Ideas y con aliados a su favor, lo que no solo le otorgará mayor poder de decisión, sino menores controles a su administración.

Si las voces cercanas al presidente Biden, sus congresistas y este interés bipartisano reflejado en la nueva correlación política en los Estados Unidos comienza a volcar su mirada de manera más crítica, y ahora, con la iniciativa de la Casa Blanca, no solo podríamos esperar una moderación del gobierno salvadoreño en su relación con los actores de control, como la oposición política y la prensa, sino también, de la emergencia de nuevos actores, hasta ahora, desplazados, que podrían ser decisivos para conducir y orientar la nueva relación de Bukele con los Estados Unidos de Biden.

Demócratas al poder, ¿y en El Salvador? Habrá que esperar.