En lo que va del presente año un total de 13 niños (as) migrantes han fallecido, por diferentes causas, en la frontera México-Estados Unidos, tratando de llegar a la nación estadounidense, expulsados por variopintas circunstancias de sus países, especialmente por la pobreza y la delincuencia, así como la necesidad de la reunión familiar. La migración forzada genera desintegración familiar.

En mayo de 1999, Alex P. murió en el desierto víctima de la insolación. El niño tenía siete años, cuando sus padres, dos inmigrantes indocumentados residentes en San Francisco, California, decidieron pagarle a un “coyote” para que lo llevara ilegalmente desde Zacatecoluca hacia suelo estadounidense. Sus abuelos lo despidieron confiando en que llegaría sano y salvo, pero hasta ahora lo único que saben es que murió en el desierto, pues nunca les entregaron el cadáver. El “coyote” les hizo obtener una partida de nacimiento falsa para llevarlo como hijo suyo, situación que probablemente impidió la repatriación del cadáver del pequeño.

El caso de Alex impactó a muchos y generó diversidad de debates. Cancillería ofreció ayuda y ésta nunca llegó. Antes que Alex muchos niños habían muerto en parecidas circunstancias. Después de Alex, muchos niños han fallecido en eventualidades similares.

Solo en los últimos cinco años han muerto 26 niños tratando de cruzar la frontera que divide a México de Estados Unidos. La mitad han fallecido en los primeros seis meses de 2019, porque es obvio que se ha incrementado la cantidad de centroamericanos, especialmente guatemaltecos, hondureños y salvadoreños que han emigrado de manera individual o en las “caravanas” inseguras, ilegales y sin resultados positivos. La gente se está quedando en México, donde les ofrecen un asilo que solo llega al uno por ciento de los solicitantes. La mayoría de quienes motivados por la necesidad de seguridad y trabajo se fueron, tendrán que regresar por su voluntad o deportados.

La última niña en morir, junto a su padre Oscar, fue Valeria, quienes murieron ahogados en el río Bravo, en Tamaulipas, México. Ver las imágenes de los cadáveres del padre y su hija juntos, en la ribera del caudaloso río, fue demasiado triste. Toca la conciencia y anima a llorar. Hasta el Papa Francisco se conmovió, al igual que altos funcionarios de Inmigración de Estados Unidos. En El Salvador, todos lloramos por la triste historia de Oscar y su amada hija, a quien trató de proteger hasta el último instante.

Un informe de Organización Internacional para las Migraciones (OIM) indica que en los últimos cinco años más de 32 mil migrantes, entre ellos 1,600 niños, han muerto en el mundo tratando de cruzar fronteras por vía terrestre o marítima. La cantidad es fácilmente superable, porque muchos casos no se reportan. La mayoría de víctimas ocurren en el Mediterráneo, pero en la frontera México-estadounidense, desde 2014 han muerto 1,907, de los cuales 26 son niños y niñas. Trece de ellos, este año.

La muerte de Oscar y su bebé, nos ha dolido. Ellos, junto a Tania, la esposa y madre de las víctimas, partieron en abril, huyendo de la pobreza y con un sueño americano que muy pronto se convirtió en una trágica pesadilla. Ambos tenían trabajo, pero con salarios muy bajos, para colmo vivían en una colonia asediada por pandilleros y aunque ellos no eran acosados por los antisociales, como todo salvadoreño corrían riesgo de ser víctimas de la delincuencia en cualquier momento y en cualquier lugar. Oscar y Tania solo querían darle un mejor futuro a Valeria y por ello se arriesgaron. Desesperados por la tardanza del asilo gestionado en México, optaron por cruzar el río Bravo, el cual ya se ha llevado consigo a muchas vidas de centroamericanos.

Lo peor es que pese a esta tragedia y al endurecimiento de las autoridades de Migración de Estados Unidos y México, muchos salvadoreños intentarán irse hacia Estados Unidos, por la vía indocumentada. Un periódico digital hizo el fin de semana una encuesta preguntando a sus lectores si luego de lo ocurrido a Valeria y Oscar estarían dispuestos a buscar el “sueño americano” y el 85 % contestó que sí.

El gobierno actual se ha comprometido a trabajar para disminuir la cantidad de salvadoreños migrantes. Ojalá que lo logre creando buenas oportunidades laborales y disminuyendo la delincuencia a su mínima expresión. Ya no queremos más historias olvidadas como la de Alex y tristes como la de Oscar y la linda Valeria.