La cantidad de personas que huyen por el mundo ha crecido hasta cifras impensables desde el fin de la segunda guerra mundial en 1945. El último informe de ACNUR (la oficina de la ONU para los refugiados) da cuenta de que en la actualidad existen 70.8 millones de personas sujetas a desplazamiento forzoso, cifra que incluye a los refugiados (25.9millones), a los solicitantes de asilo (3.5 millones) y a la mayor parte de víctimas por desplazamiento interno (41.3 millones) fenómeno este último que tanto le costó reconocer públicamente al gobierno anterior, mientras las autoridades policiales pasaban de ser una agencia estatal de seguridad a convertirse en un servicio de escolta armada de mudanzas.

Las razones que tienen para huir los que huyen de sus hogares, suelen ser las mismas: pobreza extrema, amenazas de agentes estatales o de grupos paralelos, guerras internas, corrupción y sequía. Todas estas causas o algunas de ellas terminan interrelacionándose entre sí, hasta hacer de la vida y la convivencia de las personas en sus comunidades o países de origen una situación insalvable que atenta contra la dignidad humana y que acrecienta la vulnerabilidad de los más expuestos a la violencia: los niños, las mujeres y las personas mayores.

En nuestra región, pareciera que todas las nacionalidades confluyen en una misma frontera: siempre hacia el norte, hasta donde coyotes o caravanas y la misma desesperación lo permitan: al sur de los Estados Unidos de América que es lo mismo que decir al norte de nuestros sueños, donde están los trabajos bien pagados que en el triángulo norte no existen, o los productos básicos y la libertad que en Venezuela ya no se tienen, o la vivienda digna que en Haití desapareció tras el ultimo terremoto, o la esperanza de vida que en Nicaragua se perdió en medio de un mes de abril sangriento.

Huir, siempre huir, con los sueños a cuestas y la dignidad postergada, los desplazados escapan del miedo local solo para encontrarse ahora con otro miedo extranjero: muros, prejuicios y una nueva Guardia Nacional que en México está a punto de desplegarse, formada por policías y militares con el objetivo de detener las caravanas de migrantes que desesperados, buscan cruzar el territorio de aquel país mientras se les suman –irónicamente- cientos de connacionales de los mismos gendarmes que serán los encargados de detenerlos, de disuadirlos o en el peor de los casos: de atacarlos como ya ha ocurridos en tantas zonas fronterizas.

Hoy como nunca los migrantes, que son los mismos desplazados o los mismos ilegales, según quien los nombre y los califique como unos u otros, se han convertido en moneda de cambio de mafias que lucran con su destino, de los funcionarios públicos que negocian la imposición de aranceles o el cese de ayuda a los países que no interrumpan su trayecto y de los políticos que adelantan promesas que impidan su partida o bloqueen su ingreso a los territorios que forman parte de su trayecto.

En el mismo informe global, la ACNUR habla de 37,000 nuevos desplazamientos al día, la gran mayoría provenientes de los países más pobres, quizás con excepción de Venezuela, que con 5000 desplazados diarios constituye la diáspora más grande del continente, solo superada por el desplazamiento interno en Colombia, herencia del conflicto armado que hasta ahora no deja de hacer sentir sus efectos. Irónicamente, la mayoría de países que en el mundo brindan acogida a este inmenso mar de personas víctimas del miedo, son también países con recursos económicos limitados: Turquía, Pakistán, Uganda, Sudan y la única excepción en el mundo desarrollado: Alemania, que durante el año pasado recibió a más de un millón de desplazados como refugiados. Tal parece que la solidaridad se da más fácil entre los pobres, capaces de sentir empatía por el que toca a su puerta y llega hasta su frontera. Ya que las causas de migración y desplazamiento son similares, sería justo que las naciones más desarrolladas comenzaran a dialogar seriamente sobre la necesidad de corregir sus causas, no solo de impedir sus efectos.

La raíz de este éxodo global está en los países de origen de los desplazados, en los gobiernos que se corrompen, en los sistemas financieros que lucran con las remesas, en la ayuda externa que nunca llega a su destino.