Son días inciertos, angustiantes, llenos de ansiedad, de dudas. El mundo se ha llenado de miedos, de sentimientos difíciles de explicar. La seguridad que sentíamos sobre nuestras vidas y nuestro futuro o el de nuestras familias y nuestros hijos, se ha visto ensombrecido por un virus que tiene un tamaño diminuto de entre 100 y 120 nanómetros.

Claro que tengo miedo. Todos tenemos miedo, hasta los cínicos que se burlan de la pandemia, pero los miedos hay que enfrentarlos y vencerlos. Desanimarse no ayuda. Racionalizar lo que sucede, aunque cueste y uno viva con el temor del contagio y todo lo que eso trae consigo.

Los científicos están trabajando duro por una vacuna. El personal de Salud trabaja de sol a sol para salvar vidas, con la precariedad histórica de nuestro sistema, pero da esperanza ver cada día a pacientes dados de alta que agradecen a Dios y a sus médicos y enfermeras haber superado los síntomas.

A estas alturas, todos tenemos familiares, amigos, conocidos, compañeros de trabajo, que se han enfermado e incluso fallecido. El dolor es inmenso por estos últimos, además, las circunstancias de sus funerales hacern todavía más dura la despedida. Pero gracias a Dios también conocemos gente que ha salido adelante y se ha curado. Gente que lucha y ha luchado por su vida y es la inmensa mayoría.

Son días inciertos en todo sentido. No solo en la salud. En el trabajo, para empleados y empresarios. Para productores y consumidores. Pero no podemos desanimarnos ni tener una visión apocalíptica de las cosas. Pensemos en nuestros bisabuelos y abuelos que hace un siglo, con una ínfima parte de la tecnología y adelantos médicos que tenemos hoy, vencieron la pandemia de Gripe Española, dos guerras mundiales, dictaduras militares y depresiones económicas. Como dignos herederos de esas generaciones, nos queda salir adelante y superar nuestros propios desafíos.