A lo largo de la dominación de Roma en la antigüedad, hubo un período entre los siglos V y I antes de Cristo, durante el cual la forma de gobierno fue la República. En ese período, el “dictator” era un miembro del Senado (la Asamblea de aquel entonces) que, por decisión del mismo Senado, ejercía temporalmente el poder absoluto. Así, con el tiempo y los errores, nació la dictadura. La Ciencia Política ha discutido mucho sobre la definición de “dictadura”, y una clasificación parte de quien controla del poder.

Si vemos la experiencia de América Latina y el Caribe en el siglo pasado, podría afirmarse que las dictaduras han sido militares, de partido único, o una fusión o combinación de ambas. Si vemos a la experiencia salvadoreña, me atrevería a decir que entre 1931 y 1979 tuvimos una “dictadura institucional castrense”, es decir, un régimen en el cual el poder fue ejercido por la institución armada mediante: (i) el entendimiento con la élite económica (o con el grupo más fuerte de ella); (ii) la presencia en todo lugar de “la autoridad” (entiéndase Fuerza Armada, cuerpos de seguridad, comisionados cantonales y “orejas”); (iii) la represión política contra la oposición partidaria, sindical o social (represión suave, fuerte o brutal, según “necesidades”); (iv) el sostenimiento de un “partido oficial” (Pro Patria, PRUD y PCN) como instrumento político para la propaganda y para el ejercicio del fraude electoral, de modo que siempre “triunfó” el candidato oficial. Todo con el acompañamiento, en algunos casos abierto, en otros más discreto, de prácticamente todos los medios de comunicación.

En el presente siglo, gracias a la tecnología, vemos el aparecimiento de la “tuiteadura”, un tipo de régimen autoritario, personalista, que gobierna por Twitter, cuyo propósito es el control de la sociedad y del Estado, y la continuidad en el ejercicio del poder. ¡Ojo: no son dictaduras porque no fusilan jueces! Hasta hoy conocemos dos tuiteaduras: una en Norte América (NA) y otra en Centro América (CA). Comparemos.

Usan el Twitter para todo: dar órdenes, comunicar decisiones, difamar, insultar, calumniar, provocar y mentir. La NA rompe el récord en mentir, pero la CA tiene mayor capacidad para hacerlo colectivamente: en cualquiera de las áreas de gobierno, cada subalterno/a tiene un guion subordinado que recita con impudor impresionante. Además, la CA tiene mejor uso de “troles” y de “bots”, y mejor manejo de la escenografía, el sonido y la imagen del líder.

Ambas nacen de regímenes democráticos en crisis; en uno, debida a que el sueño del progreso económico seguro simplemente se acabó; y en el otro, a que sus principales sostenes -los Órganos fundamentales del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y los partidos políticos, tuvieron de todo en el ejercicio de sus funciones menos honradez y moralidad notorias Hubo excepciones, desde luego, en particular la Sala Constitucional a partir de 2009.

Condicionadas por haber nacido dentro de, y gracias a, la democracia, ambas reniegan de esa maternidad, la desobedecen, la desprecian, la patean, la maniatan, irrespetan sus Órganos Fundamentales y las instituciones creadas para su defensa. La tuiteadura NA ha tropezado con una institucionalidad desarrollada que le ha impedido ir demasiado lejos. La tuiteadura CA, astuta, y ante una institucionalidad débil, hasta el momento ha podido hacer casi enteramente su voluntad.

Ambas son alergicofóbicas a los medios de comunicación, aunque ambas han encontrado algunos solícitos a sus demandas. Ambas han ocultado sus patrimonios personales a las autoridades correspondientes, pero la CA, sirviéndose de la pandemia, ha ocultado también el uso de los fondos públicos, y eso es más complicado. Pero ¡siempre hay un, pero! ambas enfrentan elecciones en pocos días: este mes en NA, y en febrero 2021 en CA, y sus resultados pueden significar el fin de la tuiteadura NA y el “nock out” de la local, lo cual quiere decir, nada más y nada menos, que los electores tendremos la última palabra. ¡Menuda responsabilidad la nuestra!