La famosa frase se extrae del libro de Daniel 2:21, una muy clara referencia al poder de Dios sobre todo lo que sucede, incluyendo la política. La frase es clara en decir que Él quita y pone reyes, agregando que Él es quien da sabiduría a los sabios y conocimiento a los entendidos; por tanto, desde el día en que el pueblo hebreo decidió que era mejor un rey humano “como lo tienen todos los pueblos” (1 Samuel 8) Dios se apartó pero se reservó el derecho de definir quién sería ese rey. Es decir, no estamos exentos de que cada gobernante que hemos elegido en las urnas es también parte de la voluntad de Dios para nosotros, puesto que somos un pueblo cristiano y heredero de los derechos del pueblo hebreo por fe, al beneficiarnos siendo gentiles por el amor del mesías que nos hizo injertados.

Pero que Dios quite y ponga reyes no significa que ellos son parte con Él, o que todos los que pone son buenos, o que se nos ha puesto lo mejor, muchas veces Dios ha puesto reyes y gobernantes para el mismo escarnio y aprendizaje de su pueblo, que al final por vía de los malos gobiernos y sus malos resultados se nos obliga a doblar rodillas para clamar el auxilio del Omnipotente, es así la historia de los judíos en su relación con Dios, que lo adoran y lo alaban, lo olvidan y desprecian, piden perdón y Dios les devuelve la gracia y bendición hasta que nuevamente lo olvidan y traicionan, así en repetidas veces hasta el día de hoy.

La historia bíblica nos dice que Dios sí tiene que ver con los eventos políticos; Jesús dijo: al César lo del César y a Dios lo de Dios, pero esto no era para separar los eventos espirituales de los de gobierno, sino para recalcar que la fe es en y para Dios y los gobiernos que la tengan serán beneficiados en sus resultados, que es el hombre el que ha decidido separarse de Dios cuando ejerce gobierno, lo que al final trae la desgracia para todos.

En la escritura Dios lo demuestra cuando manda a Moisés a decir al Faraón que libere al pueblo y que le diga “a la verdad yo te he puesto para mostrar mi poder y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra”, es decir, que el cargo de Faraón le viene por gracia y no por su capacidad o por su habilidad; más bien, para que Dios sea glorificado por medio de las obras malas del gobernante, porque al final es Dios quien corrige y nos quiere gobernar con justicia, amor y bendición.

Cuando el cristiano comprenda que ejercer gobierno es una delegación divina en la que se le puede glorificar a Dios como lo hicieron Daniel o José que gobernaron y ejercieron política, incluso en gobiernos contrarios a su fe, las cosas podrían cambiar; igualmente cuando se entienda que no son los pastores ni sacerdotes los llamados a tomar cargos de gobierno (salvo extrema necesidad), sino los hombres con principios, entrenados y enseñados por los pastores y sacerdotes de la iglesia, para que los principios, que son los principios del reino, sostengan las decisiones que nos lleven a un buen gobierno.

La iglesia debe comprender que son ellos, sus miembros, los que quieren seguir los principios, los obligados a participar en gobierno y en la política, porque el que tiene principios puede mejorar y hacer buen gobierno.

Si Dios quita y pone los reyes ¿qué nos queda a los electores? pues filtrar lo que los gobernantes hacen a la luz de esos principios para saber si es un corazón sensible a Dios el que gobierna o si es un Faraón que nos pondrá en prueba y arrepentimiento; en cualquiera de los casos, los hombres y mujeres de fe tenemos la obligación de la oración, el ayuno y la alabanza, para que Dios haga su voluntad y entendamos que por fuerza o por amor, somos llamados a buscar en Él la bendición y lograr que su gobierno sea tanto en la tierra como en el cielo, empujando a los gobernantes a regresar a los principios para que nos vaya mejor a todos.