Son grandes los retos de la sociedad salvadoreña en la desesperada búsqueda de una ruta para la recuperación económica y social debido a los efectos de la pandemia de Covid19. Esta crisis multiplicada por las erráticas decisiones de Bukele -el abusivo confinamiento en una prolongada cuarentena, los cercos militares a municipios pobres y el arbitrario cierre de centenares de empresas que lanzaron al desempleo y endeudamiento a miles de trabajadores- profundizó la pobreza pasando del 27% a más del 40%. En este dramático escenario se esperaría que al menos el régimen concentrara sus esfuerzos en la superación de la crisis.

En este contexto resulta muy incomprensible y extraño el absurdo enfrentamiento de Bukele contra de la congresista demócrata Norma Torres, sobre quien ajotaron toda la jauría de troles, como ya es usual. La congresista Torres es la única mujer representante de origen Centroamericano (guatemalteca) ante el Congreso, de reconocidas posturas progresistas a favor de nuestros migrantes, por su firmeza contra la corrupción y por los derechos de las mujeres. Es copresidenta, junto con la congresista republicana Ann Wagner del Subcomité de Asignaciones Estatales y Operaciones Extranjeras de la Cámara de Representantes, un caucus bipartidista que decide en temas de cooperación con la región.

Este nuevo hecho pesa en la lista de Bukele por sus irracionales agresiones a quienes le adversan, sean periodistas, opositores, o solo por ser mujeres. Este ataque a la congresista Torres es uno más a congresistas demócratas que han mostrado preocupación por la situación de nuestros migrantes; sin embargo, su agresiva actitud contrasta con su extraña devoción por el expresidente Trump, con la estrecha amistad con el exembajador Johnson, las simpatías con la facción republicana ultraconservadora -señalada por instigar el ataque al Congreso-, su doblez ante tanques conservadores como la Fundación Heritage y su afinidad con presentadores que promueven el racismo en contra de la comunidad Latina.

Cercano a dos años de gestión, la administración de Bukele se caracteriza por su errática política exterior, ausencia de planes y estrategias, frecuentes arrebatos e improvisaciones que van desde la vacuidad de la “selfie más cool” en el podio de la ONU y el visible distanciamiento con esta organización mundial, pasando por el bluff del anuncio en conferencia de prensa de la inclusión en su equipo de trabajo del profesor Ricardo Haussmann (Director del Growth Lab de la Universidad de Hardvard), hasta la onerosa contratación de inútiles lobistas para mediar ante el Congreso y la Casa Blanca norteamericana. Lo cierto es que Bukele hasta hoy no cuenta con la brújula de un programa de gobierno tal como lo establece Constitución en el artículo 167.2, y menos de un equipo calificado para el diseño y conducción de su política exterior. Esto está llevando al deterioro de las relaciones con la administración Biden, amenazando con el posible retraso de la solución para nuestros migrantes especialmente los tepesianos. Es notorio el abandono la falta de protección consular en la ruta de nuestros migrantes y el descalabro de las relaciones con los países de Centroamérica y Mesoamérica, sus arrebatos tensionan innecesariamente interponiendo barreras artificiales. Es muy grave su desdén y ausencias de todas las cumbres de presidentes del sistema de integración.

La imagen de El Salvador en el exterior se deteriora aceleradamente dificultando, aún más, las posibilidades para la recuperación económica y social. Los votos de la artificiosa campaña electoral obtenidos por Bukele se convierten en papel mojado ante la comunidad internacional por la inocultable realidad de un régimen dictatorial -que ha consolidado la estampa de la efigie bíblica del ídolo con cabeza de oro y pies de barro-, las imágenes de la ocupación militar de la Asamblea Legislativa, las reiteradas violaciones a los derechos humanos por el confinamiento represivo y los cercos militares durante la cuarentena, así como por el creciente descalabro de la institucionalidad democrática y el desconocimiento de Bukele a los Acuerdos de Paz.

Más allá de las consabidas diferencias ideológicas, las relaciones internacionales cada vez se fundamentan en la cooperación, la coherencia, una clara definición de rumbo y de políticas. Las jaurías, las selfies y el espejito cool no definen la política exterior, tan necesaria para sacar al país de la crisis.