Como toda gran decisión la dolarización fue una medida cargada de controversia hace ya dos décadas. La madrugada del 1 de diciembre, los diputados votaron a favor de la llamada Ley de Integración Monetaria que hizo del dólar moneda de curso legal y eventualmente llevó a la desaparición paulatina del colón.

La medida tenía como objetivo blindar al país de experimentos temerarios como el venezolano y su impresionante hiperinflación. Favoreció la baja de intereses y visualizó al país como un destino estable para las inversiones. Además, favoreció mucho a los receptores de remesas, afectados en aquellos días por las tasas de cambio y cargos por transferencias.

El país desde entonces tiene una baja inflación y tasas de interés más bajas aunque ciertamente nos hizo más caros. La población automáticamente ajustó los costos hacia arriba en el primer año de circulación del dólar. Y aunque algunos economistas critican la dolarización porque eso impide tener política monetaria y emitir moneda al antojo del Gobierno, en el fondo es positivo, es una camisa de fuerza para que no hayan gobernantes irresponsables que jueguen con el valor del salario del trabajador salvadoreño.

Hoy existe un consenso bastante generalizado de que revertir la dolarización sería un error terrible puesto que impactaría enormemente en el riesgo país, haría impagables los créditos de la inmensa mayoría de ciudadanos y además, probablemente provocaría una fuga de capitales y una devaluación en el salario real de los asalariados salvadoreños. Es un tema muy delicado que siempre se debe ver con profunda responsabilidad por las consecuencias que traería si se revierte.