Recientemente el mundo entero fue testigo de otra catástrofe ecológica, misma que aún no se extingue completamente, al producirse un incendio forestal de grandes proporciones en Australia, que sumado a los siniestros sucedidos en la Amazonía brasileña y boliviana a mediados del año pasado, han sido catalogados como verdaderas tragedias para el ecosistema mundial, debido en gran parte al peligroso calentamiento global que, de no tomarse medidas preventivas adecuadas, podrá generar inconcebibles y graves consecuencias para la vida en general de nuestro planeta, incluyendo por supuesto, la existencia humana. Y señalar que afectaría la vida en general, significa que los tradicionales dos reinos vivientes de la Naturaleza podrían alcanzar niveles destructivos tan extremos que podrían aproximarnos a la extinción desde vegetales de toda especie, hasta el mismo género humano y los animales en general, sean mamíferos peces o aves.

Aunque de los voraces incendios amazónicos en Suramérica, solo obtuvimos pocas fotografías que nos hicieran contemplar su enorme e irreparable daño, las que nos han llegado desde las montañas y praderas australianas siendo consumidas por un inmenso fuego infernal, han sido lo suficientemente impactantes y conmovedoras, cuando contemplamos manadas inmensas de canguros, osos koalas, perros de las praderas y muchísimas especies más de mamíferos, aves diversas y marsupiales, salir en estampidas alocadas tratando de evitar una muerte horrorosa, como vimos también, donde millares de esos seres vivientes quedaron carbonizados en sus lugares de hábitat, como mensajeros elocuentes de lo que puede sobrevenir a nuestro mundo si descuidamos la ecología, hoy en grave riesgo, como jamás se tuvo noticia alguna en la historia mundial. La pérdida de bosques, a raíz de esos incendios espantosos, trae entre varias de sus consecuencias funestas, no solo la extinción de la vida silvestre, tanto vegetal como animal, sino que influye, esencialmente, en que las fuentes hídricas desaparezcan por ebullición y que, al desaparecer los bosques, también el oxígeno vital se enrarezca y reduzca, dando paso a una mayor acumulación de anhídrido carbónico que, en grados altamente elevados, producen envenenamiento de la atmósfera superior con sus fatales resultados que, por la brevedad de esta columna, no nos permite detallar ampliamente.

A ese cuadro apocalíptico, que no es literario sino real y contundente, sumemos que cada día que pasa el hombre, como principal ser contaminador del planeta, consume millones de toneladas de plásticos no degradables, emplea miles de herramientas a base de metales pesados, expele diariamente, a la atmósfera inmediata, decenas de millares de metros cúbicos de humo asfixiante de sus motores industriales y vehículos diversos, pero, de manera especial y que nos aturde la conciencia, arroja decenas de millares de basuras y detritos a los ríos y costas marítimas, envenenando las aguas marinas y fuentes hídricas que se encuentran en el subsuelo, imposibilitando no solo una agroindustria sostenible y limpia, sino que también contamina a los peces y demás especies de la fauna acuática y de los litorales, como el caso específico del atún, cuyo consumo se ha vuelto de alto riesgo por el alto nivel de mercurio en su deliciosa carne. Diariamente desaparecen para siempre muchísimas especies de aves, mamíferos, peces e insectos, o se mutan a otros especímenes en ese callado batallar de la Naturaleza por sobrevivir a la locura humana de buscar solo su bienestar particular, pero olvida, lamentablemente, que para conservar la vida, es indispensable e ineludible, la interacción armónica con todos los seres y recursos del planeta, que es nuestro hogar común y la patria única de la humanidad entera, sin ningún distingo de raza, credo, tendencias políticas, etcétera.

En el caso específico de El Salvador, podemos argüir, sin temor a equivocarnos, que hemos descuidado, tradicionalmente, el aspecto de la conservación ambiental. Hasta hace unas pocas décadas (y creo que aún lo hacen en forma subrepticia), los campesinos antes de la siembra de milpas, quemaban los rastrojos de la cosecha anterior con lo cual dañaban los nutrientes a flor de tierra. Tiramos basura en cantidades inimaginables a ríos y quebradas, incluso en los tragantes de las calles citadinas. Hay datos reveladores sobre estas acumulaciones de desperdicios. El tema es apasionante y vital. Esperamos continuarlo en próximas entregas. ¡Nuestra vida está en juego!