Las madres salvadoreñas además, son mujeres especialmente sacrificadas y sufridas. Son mujeres que llevan en su alma la angustia y la incertidumbre por sus hijos en esta etapa de cruel violencia. Muchas además, son padre y madre, criando solas a sus hijos e hijas, luchando por mantenerlos y dejando de lado sus propias necesidades por sus vástagos.
La madre es la primera formadora, la que moldea la personalidad del niño, del adolescente y lo lleva con amor hasta la edad adulta. Nunca abandona a sus hijos y su preocupación y sufrimiento son interminables. En una sociedad como la nuestra, donde el tejido social ha sufrido tantos quebrantos por la guerra, la violencia y la migración, las madres sobresalen incólumes y han sostenido los hogares luchando con una abnegación ejemplar para sacar a sus hijos adelante.
La maternidad encierra todo: amor, dedicación, vocación, profesión, oficio de 24 horas. A veces, desgraciadamente no tan valorada como se lo merecen.
George Washington, el primer presidente estadounidense, decía que “todo lo que soy, se lo debo a mi madre. Atribuyo todos mis éxitos en la vida para la educación moral, intelectual y física que recibí de ella”. Y es precisamente ese el valor extraordinario de una madre.