Hace ratos que Nicaragua se convirtió en una prisión. La dictadura bicéfala de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha encarcelado por igual a políticos opositores, empresarios, periodistas, campesinos, banqueros. Y ahora, en una nueva fase de la demencial represión que caracteriza a ese régimen, están persiguiendo y asediando a la Iglesia Católica.

Un reconocido obispo católico, Rolando Álvarez y un joven párroco, llevan casi una semana de asedio y persecución de parte de las huestes orteguistas que les impiden salir de sus templos, rodeados de docenas de policías y también impiden que los feligreses puedan ingresar. El obispo Álvarez incluso anunció un ayuno hasta que cese el hostigamiento gubernamental.

Y es que la dictadura nicaragüense ha convertido en crimen pensar diferente, expresarse libremente, tener conciencia de las maldades del régimen y denunciarlas. Tanto Ortega como su esposa y vicepresidenta se dedican a insultar y difamar a todo ciudadano que ose criticarlos u oponerse. Con todo el sistema judicial bajo control, mandó a la cárcel a todos los líderes opositores que aspiraban a participar en las elecciones presidenciales en las que la pareja se auto eligió sin ninguna vergüenza, para un cuarto periodo consecutivo.

Los sacerdotes nicaragüenses han estado al lado de su pueblo durante estas horas oscuras de persecución y lucha por las libertades y necesitan la solidaridad y la empatía de todo el mundo, incluyendo de la iglesia católica universal, incluyendo del papa Francisco que guarda un sospechoso silencio al respecto. La noche oscura de Nicaragua debe terminar pronto.