La mala noticia llegó justo en la víspera de la Navidad. Los cuerpos de los hermanos Guerrero Toledo aparecieron y no solo una madre sufría la irreparable pérdida de sus hijos sino toda una sociedad sentía el impacto de un crimen horrible, una tragedia que ilustra los niveles de violencia que aún prevalecen en El Salvador a manos de bandas criminales que se creen impunes, dueños de la vida de los demás.

Los hermanos Karen y Eduardo Guerrero Toledo desaparecieron el 18 de septiembre pasado. Tenían 18 y 20 años respectivamente. Desde entonces gran parte de la sociedad ha estado pendiente de su desaparición, de la lucha de su madre por encontrarlos, por descubrir la verdad de los hechos.

“Voy a seguir luchando por defender la dignidad de mis hijos”, ha dicho la madre, tan sufrida, tan luchadora. Sus palabras estaban llenas de dolor, de indignación, de impotencia, de resignación. Dijo sentir consuelo de que tendrá un lugar donde llevarles flores.

Estos hechos entristecen, indignan, enojan, rompen el corazón. ¿cómo es posible que haya gente capaz de actuar con ese nivel de maldad para acabar con la vida de dos jovencitos?

Ciertamente hay capturas de sospechosos del crimen, lo que se espera es que haya una investigación seria y profunda, un proceso judicial que culmine en justicia ejemplarizante porque nuestra sociedad no puede considerar como normal que dos jóvenes hermanos salgan de su casa y no vuelvan porque en el camino, mentes malvadas y perversas acaban con esas vidas que su madre se encargó de construir con tanto amor, esfuerzos y sacrificios. Las desapariciones son una tragedia nacional que se debe erradicar.