El agro salvadoreño ha sufrido muchísimo desde los años 80 cuando una reforma agraria quebró la columna vertebral de este importante ramo de nuestra economía y luego ha ido sufriendo los embates de malas políticas gubernamentales, catástrofes naturales, la pandemia y los vaivenes de los mercados internacionales.

El paso de los dos huracanes de noviembre, Eta e Iota han golpeado al agro salvadoreño. Primero a los cultivos de granos básicos como frijoles y maíz, además de las hortalizas. Y luego al café, el simbólico grano de oro que lleva un par de décadas bastante afectado y perdiendo el brillo en sus cosechas. Ahora el exceso de lluvia provocó que el grano madurara, se agrietara y se cayera, tan solo al inicio de la corta.

De ahí la pregunta de una pequeña caficultora de la zona de Candelaria de la Frontera, Santa Ana: “¿Con qué le vamos a dar comida a nuestros hijos?”. Y esa es una pregunta que se repiten muchos cafetaleros y agricultores en general.

Si a esto sumamos que la pérdida de cultivos de granos básicos en Honduras y Nicaragua, países desde donde importamos muchos productos agropecuarios, podría provocar problemas de abastecimiento o un incremento de precios, hay entonces que preocuparse sobre la seguridad alimentaria en el país. Los donativos de alimentos pueden paliar un poco las necesidades pero lo cierto es que el agricultor desea que sus cultivos sean sostenibles y le permitan sobrevivir para no tener preguntarse cómo van a poder alimentar a sus hijos. La preocupación es generalizada y necesitará respuestas pronto.