Cuando era niño Edwin Archila soñaba con entrenar en el estadio Flor Blanca (ahora Jorge “Mágico” González). Cada vez que escuchaba sobre la selección nacional él imaginaba que era grande, tenía el balón entre las piernas, lo conducía por todo el terreno de juego y portaba la camiseta de su país. Años después su sueño se hizo realidad.

Pero no fue fácil. Archila tenía 17 años y era uno más del grupo de 300 juveniles que quería un puesto en la Sub-17. Entre todos solo iban a seleccionar a 25.

El encargado de armar el equipo era Conrado Miranda. Archila recuerda que el proceso fue lento, había abundancia de jugadores en cada posición. Desde un principio su 1.83 de altura lo definió como central.

“Fue duro quedar, éramos casi 300 cipotes. Uno jugaba diez minutos y a veces ni la pelota tocabas”, recuerda.

Finalmente, Archila quedó en el grupo de seleccionados que representarían a El Salvador en el Premundial Juvenil de 1978. La sede era San Pedro Sula, Honduras. Estas naciones no se veían desde la “Guerra del Fútbol”.

En 1969, El Salvador y Honduras protagonizaron un conflicto armado que se extendió por cinco días, conocido como “La Guerra de las 100 horas” o “La Guerra del Fútbol”. Luego que ambos equipos se enfrentaran en un inolvidable partido por la clasificación del Mundial de México 70, donde El Salvador consiguió su primer boleto mundialista.

“Fuimos la primera selección salvadoreña que entró a Honduras después de la Guerra del Fútbol”, explica Archila.

Los periódicos hondureños anunciaban el reencuentro con los cuscatlecos: “El Salvador, la visita esperada”. La prensa cuscatleca viajó con la selección. Archila recuerda que el recibimiento fue amable y cordial. “Nos sentíamos en casa”, recuerda el exfutbolista.

En las calles, los hondureños se amontonaban para observar el bus que transportaba a los salvadoreños. “En algunos lugares de Tegucigalpa nos quebraron los vidrios”, recuerda Archila.

“Esa selección fue la selección de mis sueños, me sentía realizado como jugador”, agrega.

Archila inició en la selección jugando en la posición de cuarto zaguero, su objetivo era marcar al goleador del otro equipo. En 1987, en la selección mayor liderada por Raúl Magaña, tuvo la oportunidad de jugar como líbero. “Me costó mucho porque para jugar como líbero tenía que darle con las dos piernas”. Su ejemplo a seguir y maestro fue Francisco Jovel, mundialista de España 82.

Luego vino la era de Milovan Djoric, entre el 86-87. “Fue uno de los mejores entrenadores que tuve en mi vida, él era director deportivo de las selecciones de Yugoslavia. Le costaba hablar español, pero nos explicaba bien lo que necesitaba de nosotros”, recuerda Archila. Traía otro sistema de juego: tres defensas. “Algunos decían que era un estafador y no sabía de fútbol. Se preocuparon por hacerle la vida imposible en la selección”.

La respuesta de Milovan era que no necesitaba dinero para vivir, él necesitaba fútbol. Él es un apasionado del deporte. “Él decía que el 70% de esa selección podía jugar en Europa. Cuando estuve con él sentía que nos había dado gasolina de avión”. Pero existían reglas: una dieta estricta que él supervisaba personalmente: los seleccionados se olvidaron de comer frijoles, huevo y plátano y se sometieron a la alimentación de Djoric. Además de los grandes “chicharrones” cada vez que entrenaban.

“Fui compañero de Luis Baltazar en esa selección, él único salvadoreño que ha metido un gol en un mundial, yo tenía 28 años y él 36”.