La pandemia provocó el cierre del año escolar presencial desde marzo pasado. Miles de niños y jóvenes tuvieron que acoplarse a recibir clases en línea, maestros y alumnos tuvieron que adaptarse a nuevas tecnologías para poder dar y recibir sus lecciones.

Los más afortunados -de centros privados- tienen computadoras y conexión de internet. Lamentablemente una inmensa cantidad de estudiantes no tenían ni lo uno ni lo otro y la enseñanza pública ha tenido que establecer otras formas para recibir sus clases.

Lamentablemente aquel cuento de gobiernos anteriores de “un niño, una computadora”, no era más que un slogan electorero que no dejó mayores resultados en los sectores económicos más desprotegidos. Esto genera una preocupación en el país donde de por sí, el sistema educativo ya presenta enormes deficiencias como se ha mostrado en la PAES durante las últimas dos décadas.

¿Cómo lograr que los estudiantes mejoren especialmente en materias como matemáticas y ciencias en las que son más evidentes las carencias académicas?. El problema es que la pandemia puede incrementar las deficiencias académicas, algo que luego tiene un impacto notable en la educación superior y eventualmente en los profesionales que se gradúan de nuestras universidades.