El escritor británico Aldous Huxley solía decir que “quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”. La frase es sumamente importante en estos días que estamos cerca de celebrar los 200 años de independencia y de la fundación de la Patria centroamericana y salvadoreña.

Centroamérica es una región tumultuosa, compleja, que ha vivido sus dos siglos de independencia entre una tormentosa vida política y social, con recurrentes crisis de todo tipo que han impedido que sus sociedades encuentren el desarrollo, la prosperidad y la mínima estabilidad en sus vidas. Por eso la migración es un asunto recurrente ya sea dentro o fuera de la región. Las guerras, los golpes de Estado, las conspiraciones políticas, las catástrofes naturales, la incapacidad de construir estabilidad y certidumbre, son fenómenos recurrentes de Centroamérica en general y de El Salvador en particular.

Muchas veces estas sociedades se ha anclado en los errores del pasado que luego se repiten ciclícamente. No suele haber proyecto nacional de futuro, aunque ha habido periodos de estabilidad y paz, parece que en la región no se piensa a largo plazo sino para el día. Con la notable excepción de Costa Rica, el resto de la región ha vivido estos ciclos durante estos dos siglos.

La celebración del bicentenario centroamericano debería ser una época de profunda reflexión del camino recorrido en nuestros países, un motor de cambio para el desarrollo que tanto hemos anhelado, un momento de unidad y visión de futuro. Hay demasiadas mezquindades que lo impiden, pero también un pueblo que lo merece y quiere luchar por ello.