El calvario de los desaparecidos sigue en El Salvador. Muchas familias viven angustiadas al no saber nada de sus jóvenes y adolescentes que salieron de casa, de sus centros de estudios o de sus trabajos y ya no volvieron más desde hace días, semanas, meses o años. Lo peor es que para algunos los desaparecidos solo son cifras para jugar antojadizamente con ellas con intenciones políticas o para manipular la conciencia de la población

Aunque antes era muchos más (hasta diez diarios) la cifra actual de desaparecidos llega a cuatro personas por día, siendo la zona metropolitana de San Salvador la más afectada. Un desaparecido, en la mayoría de los casos corresponde a una persona asesinada y enterrada en una fosa clandestina; sin embargo por razones legales no puede calificarse como un homicidio, puesto que no se ha encontrado un cadáver que permita tener la certeza de que en realidad haya sido asesinado.

Un desaparecido es un verdadero calvario para las familias que acuden a cualquier sitio o instancia en busca de ayuda sin encontrarla. Conozco familias que han recorrido hospitales. cárceles, morgues y muchas instituciones sin siquiera recibir palabras de aliento. No tenemos la sensibilidad necesaria para comprender y entender a quienes tienen en su seno familiar a un desaparecido. “Aunque el corazón me dice que mi hija está viva, mi mente me dice que la mataron, yo quisiera que me dijeran donde la enterraron, para sacar aunque sea sus huesos y darle cristiana sepultura”, me dijo Gladys de Leiva, madre de Rosa Idalia Leiva Hernández, una joven de 21 años desaparecida desde noviembre de 2016, cuando se dirigía a la universidad.

Gladys ha acudido a la PNC, a la Fiscalía, a la PDDH y otras instituciones, pero nadie le ayuda ni siquiera le dan palabras de aliento. Su hija le contó días antes de su desaparición que a través de las redes sociales conoció a un joven con el que salió una vez y luego lo bloqueó porque se dio cuenta que era miembro de una pandilla en Soyapango. Molesto el pandillero le dijo que nadie terminaba de esa forma con un palabrero, porque luego se arrepentían. Es por eso que Gladys sospecha que las pandillas desaparecieron a su hija. La última vez que fue a la PNC, hace unos dos años, le dijeron que se olvidara de su hija, pues seguramente ya estaba muerta y jamás se encontraría.

Otro caso lamentable es el de Miguel Ernesto Cisneros Rosales, un muchacho de 20 años y Testigo de Jehová, que el próximo viernes 9 de los corrientes cumplirá un año de desaparecido. El joven salió en su motocicleta a trabajar, pues solía repartir tambos de gas, pero ya no regresó. En Olocuilta, donde ocurrió el hecho todos saben que fue lo que realmente pasó, pues Miguel fue interceptado por pandilleros que le robaron la motocicleta y se lo llevaron a un sitio desolado donde al parecer lo mataron y lo enterraron. Dicha versión ha sido del conocimiento de la Fiscalía y la PNC que hasta ahora poco o nada han hecho para encontrar el cadáver y dar con los asesinos, a pesar de tener la identidad de algunos de ellos.

El tema de los desaparecidos en El Salvador es un grave problema el cual se enfrenta con paños demasiados tibios. Este es un problema al cual hay que enfrentarlo con todo el rigor que amerita. Hay que reformar la legislación penal para castigar con severidad a quien resulte culpable de planificar, decidir, ejecutar o ayudar a una desaparición. Se hace necesario crear instituciones que se especialicen en buscar y encontrar desaparecidos, pero también que se especialicen en encontrar a los autores intelectuales y materiales de dichas desapariciones.

Las desapariciones en el país pasan desapercibidas y los casos que se conocen a través de las redes sociales y los medios de comunicación social son muy pocos. Algunas veces se tiene la sensación que las autoridades policiales y de la Fiscalía solo hacen un remedo de actuación cuando existe la presión mediática o cuando los casos son extremadamente escandalosos.

Se requiere más actuación del Estado. Se necesita más empatía para sentirse identificado con quienes sufren el calvario de contar entres los suyos con un desaparecido. Hay familias que una desgracia de estas les cambia la vida por completo. Familias que han emigrado dejando todo, otras que sucumbieron ante el dolor y se desintegraron y otras que jamás volverá a sonreír felices por culpa de las desapariciones.