A estas alturas, luego de dos meses de improvisación, la destrucción provocada por las medidas tomadas en el marco de la pandemia es evidente. No solo se han perdido negocios que tomaron años en levantarse, también se han perdido libertades que costaron la vida a miles de personas. Para proteger lo poco que queda y restablecer el camino hacia un futuro libre y próspero, es urgente que los salvadoreños que creemos en la libertad, presionemos para que se respeten las instituciones que hacen posible el progreso y la convivencia pacífica.

Hoy más que nunca, ante el riesgo de regresar a nuestro oscuro pasado, es vital salir en defensa del Estado de Derecho. No podemos permitir, bajo el pretexto de que la salud es incompatible con la libertad, que políticos maquiavélicos minen nuestro futuro y el de las próximas generaciones. Es imperativo que todos los abusos cometidos ante el orden jurídico vigente, sean condenados enérgicamente y que los infractores sean atenidos a las consecuencias de sus actos. Si aspiramos a un porvenir en donde los ciudadanos seamos más poderosos que los políticos, no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que el poder ceda, debemos hacerlo ceder.

Para no caer en las espinas del totalitarismo, también es indispensable hacer valer nuestras libertades individuales. Si bien el riesgo de contagio del virus hace difícil que podamos ejercer nuestras libertades con normalidad, eso no significa que el gobierno tiene derecho a prohibir arbitrariamente cualquier acto que considere codicioso, vanidoso o irresponsable. Mientras existan alternativas sensibles que permitan a las personas continuar con sus vidas sin poner necesariamente en riesgo a otros, tenemos que hacer lo posible por mantener al margen las intenciones despóticas del gobierno por controlar nuestras vidas a su antojo. Si permitimos que cruce dicho límite un centímetro más, con el tiempo perderemos la autonomía que como individuos poseemos para llevar nuestras vidas en libertad y caeremos a la categoría de súbditos.

Siendo la propiedad privada un elemento esencial para el mantenimiento de la libertad y la cooperación social, estamos en igual obligación de exigir al gobierno un alto a todas aquellas iniciativas que buscan privar a las personas de sus pertenencias, allanar sus domicilios o militarizar instalaciones industriales alegando la pandemia como causa justificable. De fracasar en limitar al gobierno hoy, nos sometemos al riesgo de que en el futuro se utilicen argumentos similares y más agresivos como solución a cualquier problema. Como resultado, la base material que hace posible la prosperidad y el ejercicio de la libertad, se diluirá lentamente de nuestras manos hacia las manos de los políticos, quienes aprovecharán los recursos expropiados para imponer su voluntad con mayor voracidad.

Económicamente hablando, es transcendental abogar por el libre mercado. No es secreto que para que existan bienes y servicios en abundancia es necesario poder producir en libertad. En tal sentido, hay que exigir al gobierno eliminar obstáculos innecesarios al comercio y reabrir la economía lo más pronto posible.

De seguir la cuarentena bajo las mismas condiciones, más personas perderán sus fuentes de ingreso y el poco capital disponible en el país, se consumirá o huirá hacia otras tierras en donde pueda ejercer su función empresarial de generar riqueza, lo que significará para nosotros menos ingresos y una exacerbación de las consecuencias que derivan de la falta de oportunidades para ganarse el sustento diario de manera honesta.

En pocas palabras, el camino hacia la libertad, la paz y la prosperidad, depende de lo que hagamos hoy y los próximos cuatro años de gobierno para defender y ampliar las instituciones liberales ya mencionadas. Si nos dormimos ante las agresiones y dejamos que el miedo a la pandemia se instrumentalice para acabar con el frágil país que heredamos, la vida como la conocemos en El Salvador será mucho más dura y turbulenta de lo que ya era. No permitamos que un falso sentido de seguridad nos cueste la libertad. No permitamos que nuestro sangriento pasado haya sido en vano.