Es dramático ver cada vez más negocios que cierran operaciones y despiden a su personal. Es una decisión dolorosa desde el punto de vista económico y hasta emocional. Nadie quisiera darse por vencido en una inversión que ha costado tanto esfuerzo y mucho menos desamparar a sus colaboradores. Pero la situación actual provoca esta cruda realidad.

Las cifras de las administradoras de fondos de pensiones y del Seguro Social hablan de entre 60 mil y 80 mil empleos perdidos desde que empezó a afectarnos la pandemia hace cinco meses. Por todos lados hay proyectos detenidos, empresas cerradas, gente de todos los niveles sociales está sufriendo: desde el empresario que se rasca la cabeza pensando de dónde sacará dinero para pagar su planilla esta quincena con la caída de ventas o la inactividad de gran parte de la economía, hasta aquellos que han quedado desempleados y se preguntan cómo harán para llevar comida a su hogar.

Los bares y restaurantes, por ejemplo, reportan el cierre de un 30 % de esos negocios y advierten que podría llegar a la mitad. Los hoteles, hospedajes, moteles y centros turísticos están prácticamente cerrados desde marzo y sus propietarios y empleados sin ingresos. Imposible sostener un negocio de esa manera por muy buena voluntad que se tenga. Sin duda hay un problema grande de salud pública pero también una crisis económica que hay que hallarle solución porque el hambre puede ser un factor que provoque otros problemas sociales para el país.